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previno lo que no teme.
¿Osará decir la lengua
qué tengo?... Lengua, deténte,
no pronuncies, no articules
mi afrenta; que si me ofendes,
podrá ser que castigada,
con mi vida o con mi muerte,
siendo ofensor y ofendido,
yo me agravie y yo me vengue.
No digas que tengo celos...
Ya lo dije, ya no puede
volverse al pecho la voz.
¿Posible es que tal dijese
sin que, desde el corazón
al labio, consuma y queme
el pecho este aliento, esta
respiración fácil, este
veneno infame, de todos
tan distinto y diferente,
que otros desde el labio al pecho
hacer sus efectos suelen,
y éste desde el pecho al labio?
¿A qué áspid, a qué serpiente
mató su propio veneno?
A mi, ¡cielos!, solamente,
porque quiere mi dolor
que él me mate y yo le engendre.
Celos tengo, ya lo dije.
¡Válgame Dios! ¿Quién es este
caballero castellano
que a mis puertas, a mis redes
y a mis umbrales clavado,
estatua viva parece?
En la calle, en la visita,
en la iglesia atentamente
es girasol de mi honor,
bebiendo sus rayos siempre.
¡Válgame Dios! ¿Qué será
darme Leonor fácilmente
licencia para ausentarme,
y con un semblante alegre,
no sólo darme licencia,
sino decirme y hacerme
discursos tales, que aun ellos
me obligaran a que fuese,
cuando yo no lo intentara?
Y ¿qué será, finalmente,
decirme don Juan de Silva
que ni me vaya ni ausente?
¿En más razón no estuviera
que aquí mudados viniesen
de mi amigo y de mi esposa