Página 40 de 55
que la palabra del rey,
que grave y severo dijo
que yo haré falta en mi casa?
Pero ¿qué rayo más vivo,
si fénix de las desdichas,
fui ceniza de mí mismo?
Cayeran sobre mis hombros
esos montes y obeliscos
de piedra, fueran sepulcros
que me sepultaran vivo.
Menos peso fueran, menos,
que esta afrenta en que he caído,
a cuya gran pesadumbre
ya desmayado me rindo.
¡Ay, honor, mucho me debes!
Júntate a cuentas conmigo.
¿Qué quejas tienes de mí?
¿En qué, dime, te he ofendido?
Al heredado valor,
¿no he juntado el adquirido,
haciendo la vida en mí
desprecio al mayor peligro?
¿Yo, por no ponerte a riesgo,
toda mi vida no he sido
con el humilde, cortés,
con el caballero, amigo,
con el pobre, liberal,
con el soldado, bienquisto?
Casado, ¡ay de mí!, casado,
¿en qué he faltado?, ¿en qué he sido
culpado? ¿No hice elección
de noble sangre, de antiguo
valor? Y ahora a mi esposa,
¿no la quiero?, ¿no la estimo?
Pues si yo en nada he faltado,
si en mis costumbres no ha habido
acciones que te ocasionen,
con ignorancia o con vicio,
¿por qué me afrentas?, ¿por qué?
¿En qué tribunal se ha visto
condenar al inocente?
¿Sentencias hay sin delito?
¿Informaciones sin cargo?
Y sin culpas, ¿hay castigo?
¡Oh locas leyes del mundo!
¡Que un hombre, que por sí hizo
cuanto pudo para honrado,
no sepa si está ofendido!
¡Que de ajena causa ahora
venga el efecto a ser mío
para el mal, no para el bien,