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lisonjeado de la noche,
aplaudido del silencio,
festejado de las sombras,
a quien más favores debo
que al sol, que a luz, que al día,
vivo de saber que muero,
hasta que más declarado
pueda a rostro descubierto
pedirla a su noble padre,
de quien no dudo ni temo
que me la dé, porque iguales
haciendas y nacimientos,
no hay que esperar, donde amor
tiene hechos los conciertos.
La causa de no pedirla
y casarme desde luego
con ella, es (aquí entra agora
la pensión de este contento,
el subsidio de esta dicha,
y el azar de aqueste encuentro)
tener Leonor una hermana
mayor, y como no es cuerdo
discurso querer que case
a la segunda primero,
no me declaro con él,
porque si a pedirle llego
alguna de sus dos hijas
(que claro está que no tengo
de decir a la que adoro),
por ser la mayor, es cierto
que me ha de dar a Beatriz;
y si digo que no quiero
sino a Leonor, es hacer
sospechoso mi deseo,
despertando la malicia
que hoy yace en profundo sueño,
y quizá perder la entrada
que agora en su casa tengo,
si no es ya que está perdida
con el más triste suceso
de amor, que me pasó anoche,
pues la pena con que vengo
buscándoos... Oídme, que aquí
os he menester atento.
Beatriz, de Leonor hermana,
es el más raro sujeto
que vio Madrid, porque en él,
siendo bellísima, y siendo
entendida, están echados
a perder, por los extremos
de una extraña condición,
belleza y entendimiento.
Es doña Beatriz tan vana
de su persona, que creo
que en su vida a ningún hombre
miró a la cara, teniendo
por cierto que allí no hay más
que verle ella y caerse muerto;
de su ingenio es tan amante
que, por galantear su ingenio,