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más penetrante y tirana
son mis celos, porque son
mortal herida del alma.
ALONSO: Pues troquemos las heridas,
que yo primero tomara,
sea mortal o venial,
tener hoy descalabrada
el alma que la cabeza,
y esto bien claro se saca
del efecto, pues si curan
en falso una herida, mata,
y a los celosos da vida
cualquier cura, aunque sea falsa.
JUAN: En fin, don Alonso, sea
con poca o con mucha causa,
no he de volver a poneros
en la confusión pasada.
ALONSO: Ni por mí habéis de dejarlo,
que a mí no se me da nada.
JUAN: Por mí lo dejo, y por vos,
porque vuestra herida basta.
ALONSO: De una herida no escarmientan
caballos de buena casta.
JUAN: ¿Yo me volveré a llegar
allá? ¡Suerte excusada!
ALONSO: Pues cuando por vos no sea,
por ver si a saber se alcanza
quién me ha herido, he de volver.
JUAN: Cuando importe a vuestra fama
desde acá fuera podremos
hacer diligencias varias.
ALONSO: Yo más pretendo, don Juan,
buena opinión con las damas
que con los hombres, y no
es bien que mujer tan vana
como Beatriz, de mí piense...
JUAN: Yo sabré desengañarla
de todo.
ALONSO: Don Juan, don Juan,
hablemos verdades claras;
yo he de ir a ver a Beatriz.
MOSCATEL: ¡Hablara para mañana!
¡Y dirá que miento yo!
JUAN: Si eso os importa, ¿qué os falta?
Id vos muy en hora buena.
ALONSO: ¿Cómo, sin que las espaldas
me guardéis vos y Leonor?
JUAN: Yo no he de volver a hablarla.
ALONSO: Esto habéis de hacer por mí;
que no es cosa tan extraña,
por hacer tercio a un amigo,
volver a hablar a una dama.
JUAN: Por vos, don Alonso, haré
lo que en mi vida pensaba.
MOSCATEL: ¿Qué os andáis haciendo puntas,
nobles de capa y espada,