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La aventura de Abbey Grange
Sir Arthur Conan Doyle
Una cruda y fría mañana del invierno cíe 1837 me desperté al sentir que alguien me tiraba del hombro. Era Holmes. la vela que llevaba en la mano iluminaba el rostro ansioso que se inclinaba sobre mí, y me bastó una mirada para comprender que algo iba mal.
-¡Vamos, Watson, vanos! -me gritó-. La partida ha comenzado. ¡Ni una palabra! ¡Vístase y venga conmigo!
Diez minutos después, íbamos los dos en un coche de alquiler, rodando por calles silenciosas, camino de la estación de Charing Cross. Comenzaban a aparecer las primeras y débiles luces de la aurora invernal y, de cuando en cuando, alcanzábamos a ver la figura borrosa de algún obrero madrugador que se cruzaba con nosotros, difuminada en la bruma iridiscente de Londres. Holmes se arrebujaba en silencio en su grueso abrigo, y yo le imitaba de buena gana, porque hacía un frío intenso v ninguno de los dos habíamos desayunado. Hasta que no hubimos tomado un poco de té caliente en la estación y ocupado nuestros asientos en el tren de Kent, no nos sentimos lo suficientemente descongelados, él para hablar y yo para escuchar. Holmes sacó una carta del bolsillo y la leyó en voz alta:
-"ABBEY GRANGE, MARSHAM, KENT, 3,30 de la mañana.
QUERIDO SR. HOLMES: Me gustaría mucho poder contar (cuanto antes con su ayuda en lo que promete ser un caso de lo más extraordinario. Parece que entra de lleno en su especialidad. Aparte de dejar libre a la señora, procuraré que todo se mantenga exactamente como o lo encontré, pero le ruego que no pierda un instante, porque es difícil dejar aquí a lord Eustace. -Le saluda atentamente,
Stanley HOPKINS.
-Hopkins ha recurrido a mí en siete ocasiones, y en todas ellas su llamada estaba justificada dijo Holmes- Creo que todos esos casos han pasado a formar parte de su colección, y debo reconocer, Watson, que posee un cierto sentido de la selección que compensa muchas cosas que me parecen deplorables en sus relatos. Su nefasta costumbre de mirarlo todo desde el punto de vista narrativo, en lugar de considerarlo como un ejercicio científico, ha echado a perder lo que podría haber sido una instructiva, e incluso clásica, serie de demostraciones. Pasa usted por encima de los aspectos más sutiles y refinados del trabajo, para recrearse en detalles sensacionalistas, que pueden emocionar, pero jamás instruir al lector.