La Aventura de la ciclista solitaria (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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La Aventura de la ciclista solitaria
Sir Arthur Conan Doyle

Entre los años 1894 y 1901, ambos incluidos, Sherlock Holmes se mantuvo muy activo. Podría decirse que durante estos ocho años no hubo caso público de cierta dificultad en el que no se le consultase, y fueron cientos los casos privados -algunos de ellos, los más complicados y extraordinarios- en los que desempeñó un papel destacado. Muchos éxitos sorprendentes y unos pocos fracasos inevitables fueron el resultado de este largo período de continuo trabajo. Dado que he conservado notas muy completas de todos estos casos, y que intervine personalmente en muchos de ellos, podrán imaginar que no resulta fácil decidir cuáles debería seleccionar para presentarlos al público. No obstante, me atendré a mi antigua norma, dando preferencia a aquellos casos cuyo interés no se basa tanto en la brutalidad del crimen como en el ingenio y las cualidades dramáticas de la solución. Por esta razón, me decido a exponer al lector los hechos referentes a la señorita Violet Smith, la ciclista solitaria de Charlington, y el curioso curso que tomaron nuestras investigaciones, que culminaron en una tragedia inesperada. Es cierto que las circunstancias no se prestaron a ninguna exhibición deslumbrante de las facultades que hicieron famoso a mi amigo, pero el caso presentaba algunos detalles que lo hacen destacar en los abundantes archivos del delito de los que saco el material para estas pequeñas narraciones.
Consultando mi libro de notas del año 1895, compruebo que la primera vez que oímos hablar de la señorita Violet Smith fue el sábado 23 de abril´. Recuerdo que su visita incomodó muchísimo a Holmes, que en aquel momento se encontraba inmerso (Mi un abstruso v complicadísimo problema referente a la misteriosa persecución de que era objeto John Vincent Harden, el célebre magnate del tabaco. Mi amigo, que valoraba la precisión y concentración del pensamiento por encima de todas las cosas, no soportaba que nada distrajera su atención del asunto que se traía entre manos. Sin embargo, so pena de incurrir en grosería, lo cual no hubiera sido propio de él, resultaba imposible negarse a escuchar la historia de aquella mujer joven y guapa, alta, simpática y distinguida, que se presentó en Baker Street a última hora de la tarde, solicitando su ayuda y consejo. De nada sirvió insistir en que se encontraba completamente ocupado, ya que la joven había venido absolutamente decidida a contar su historia, y resultaba evidente que sólo por la fuerza podríamos sacarla de la habitación antes de que lo hubiera hecho.

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