Página 1 de 24
Sir Arthur Conan Doyle
La Aventura de los monigotes
Holmes llevaba varias horas sentado en silencio, con su larga v delgada espalda doblada sobre un recipiente químico en el que hervía un preparado particularmente maloliente. Tenía la cabeza caída sobre el pecho y, desde donde yo lo miraba, parecía un pajarraco larguirucho, con plumaje gris mate v un copete negro.
-Y bien, Watson -dijo de repente-, ¿de modo que no piensa usted invertir en valores sudafricanos?
Di un respingo de sorpresa. Aunque estaba acostumbrado a las asombrosas facultades de Holmes, aquella repentina intromisión en mis pensamientos más íntimos resultaba completamente inexplicable.
-¿Cómo demonios sabe usted eso? -pregunté.
Holmes dio media vuelta sin levantarse de su banqueta, con un humeante tubo de ensayo en la mano v un brillo burlón en sus hundidos ojos.
-Vamos, Watson, confiese que se ha quedado completamente estupefacto.
-Así es.
-Debería hacerle firmar un papel reconociéndolo.
-¿Por qué?
-Porque dentro de cinco minutos dirá usted que todo era sencillísimo.
-Estoy seguro de que no diré nada semejante.
-Verá usted, querido Watson -colocó el tubo de ensayo en Su soporte y comenzó a disertar con el aire de un profesor dirigiéndose a su clase-, la verdad es que no resulta muy difícil construir una cadena de inferencias, cada una de las cuales depende de la anterior v es, en sí misma, muy sencilla. Si después de hacer eso se suprimen todas las inferencias intermedias v sólo se le presentan al público el punto de partida v la conclusión, se puede conseguir un efecto sorprendente, aunque puede que un tanto chabacano. Pues bien: lo cierto es que no resultó muy difícil, con sólo inspeccionar el surco que separa su dedo pulgar del índice, deducir con toda seguridad que no tiene usted intención de invertir su modesto capital en las minas de oro.
-No veo ninguna relación.
-Seguro que no; pero se la voy a hacer ver en seguida. He aquí los eslabones que faltan en la sencillísima cadena: Uno: cuando regresó anoche del club, tenía usted tiza entre el dedo pulgar y el índice. Dos: Usted se aplica tiza en ese lugar cuando juega al billar, para dirigir el taco. Tres: Usted no juega al billar más que con Thurston. Cuatro: Hace cuatro semanas, me dijo usted que Thurston tenía una opción para comprar ciertas acciones sudafricanas, que expiraría al cabo de un mes y que deseaba compartir con usted.