La aventura de lose seis Napoleones (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Acudió corriendo y encontró, hecho pedazos en el suelo, un busto de escayola de Napoleón que había estado expuesto en el mostrador junto con otras obras de arte. Salió corriendo a la calle, pero, a pesar de que varios transeúntes declararon haber visto a un hombre salir con prisas de la tienda, no pudo localizarlo ni identificarlo. Parecía uno de esos actos de vandalismo gratuito que ocurren de cuando en cuando, y así lo hizo constar el policía de servicio en su informe. La escayola no valía más que unos chelines, y la cosa parecía demasiado infantil como para investigarla.
»Sin embargo, el segundo caso fue más grave, y también más extraño. Ocurrió anoche mismo.
»En la misma Kennington Road, a unos cientos de metros de la tienda de Morse Hudson, vive un médico muy conocido, el doctor Barnicot, que tiene una de las clientelas más numerosas al sur del Támesis. Su residencia y consultorio principal están en Kennington Road, pero tiene también un quirófano y dispensario en Lower Brixton Road, a dos millas de distancia. Resulta que este doctor Barnicot es un ferviente admirador de Napoleón, y tiene la casa llena de libros, retratos y reliquias del emperador. Hace poco tiempo, compró a Morse Hudson dos re­producciones en escayola de la famosa cabeza de Napoleón esculpida por el francés Devine.
Colocó una en el vestíbulo de su casa de Kennington Road y la otra en la repisa de la chimenea del quirófano de Lower Brixton. Pues bien, cuando el doctor Barnicot se levantó esta mañana se quedó estupefacto al descubrir que su casa había sido asaltada por la noche, pero que no se habían llevado nada más que la cabeza de Napoleón del recibidor. La habían sacado al jardín y la habían estrellado contra la pared, al pie de la cual encontramos sus fragmentos.
Holmes se frotó las manos.
-Esto sí que es una novedad -dijo.
-Ya supuse que le gustaría el asunto. Pero aún no hemos terminado. El doctor Barnicot tenía que estar en su quirófano a las doce, y puede usted imaginarse su asombro al descubrir que alguien había abierto una ventana durante la noche y encontrar los pedazos de su segundo busto esparcidos por toda la habitación. Lo habían reducido a átomos allí mismo. En ninguno de los dos casos encontramos huellas que pudieran darnos alguna pista sobre el delincuente, o lunático, autor del desaguisado.

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