La aventura de lose seis Napoleones (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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-¡Ah, granuja! -exclamó-. Sí, ya lo creo, le conozco muy bien. Este ha sido siempre un establecimiento respetable, y la única vez que hemos tenido aquí a la policía fue por culpa de este individuo. Eso fue hace más de un año. Apuñaló a otro italiano en la calle, y luego vino al taller con la policía pisándole los talones, y aquí lo detuvieron. Se llamaba Beppo..., nunca supe su apellido. Me está bien empleado por contratar a un tipo con esa cara. Pero era buen trabajador..., uno de los mejores.
-¿Qué le cayó?
-El otro no murió, así que le cayó sólo un año. Seguro que ya está libre. Pero por aquí no se ha atrevido a asomar la nariz. Tenemos aquí a un primo suyo y estoy casi seguro de que él podría decirle por dónde anda.
-No, no -dijo Holmes-. Ni una palabra al primo..., ni una palabra, se lo ruego. Se trata de un asunto muy importante, y cuantos más progresos hago, más importante parece. Cuando consultó usted en el libro la venta de esas escayolas me fijé en que la fecha era el 3 de junio del año pasado. ¿Podría usted decirme en qué fecha fue detenido Beppo.
-Podría decirse aproximadamente consultando los pagos de jornales. Sí -continuó, después de pasar páginas durante un rato-. Recibió su última paga el 20 de mayo.
-Gracias -dijo Holmes-. Creo que ya no necesito seguir abusando de su tiempo y su paciencia.
Con una última advertencia de que no dijera nada de nuestras averiguaciones, nos dirigimos de nuevo hacia el oeste.
Hasta bien avanzada la tarde no pudimos tomar un apresurado almuerzo en un restaurante. A la entrada, el cartelón de un vendedor de periódicos anunciaba: «Atrocidad en Kensington. Asesinado por un loco», y el contenido del periódico demostraba que el señor Horace Harker había conseguido, después de todo, hacer llegar su relato a la imprenta. La narración del incidente, en un estilo sumamente sensacionalista y florido, ocupaba dos columnas. Holmes apoyó el periódico en las vinagreras y lo leyó mientras comíamos. En una o dos ocasio­nes se rió por lo bajo.
-Esto está muy bien, Watson -dijo-. Escuche esto: «Es un consuelo saber que en este caso no pueden darse disparidades de opiniones, va que tanto el señor Lestrade, uno de los funcio­narios más expertos del cuerpo de policía, como el señor Sherlock Holmes, detective particular de fama mundial, han llegado, cada uno por su parte, a la conclusión de que esta grotesca serie de incidentes, que tan trágico desenlace ha tenido, es fruto de la locura y no de un delito premeditado.

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