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El escondrijo era perfecto: nadie podría descubrirlo. Pero Beppo fue condenado a un año de cárcel y, mientras tanto, los seis bustos quedaron desperdigados por Londres. Era imposible saber cuál de ellos contenía el tesoro; sólo rompiéndolos podía averiguarlo. Ni siquiera sacudiéndolos podía descubrir nada, porque como el yeso estaba húmedo, lo más probable era que la perla hubiera quedado adherida a él..., como, efectivamente, ha sucedido. Beppo no se dio por vencido, v llevó a cabo su investigación con considerable ingenio y perseverancia. Por medio de un primo que trabaja en Gelder, se informó de los minoristas que habían adquirido los bustos. Se las arregló para conseguir trabajo en Morse Hudson, y de este modo siguió la pista a tres de ellos. La perla no estaba en ninguno. Entonces, con ayuda de algún empleado italiano, logró averiguar dónde habían ido a parar los otros tres bustos. El primero estaba en casa de Harker. Allí fue acosado por su compinche, que consideraba a Beppo responsable de la Pérdida de la perla, y en el forcejeo que se produjo a continuación Beppo lo apuñaló.
-Si Pietro era su cómplice, ¿para qué llevaba la fotografía? -pregunté yo.
-Para seguirle la pista si tenía necesidad de preguntar por él a terceras personas. Es la explicación más obvia. Pues bien, después del asesinato, me figuré que lo más probable sería que Beppo apresurara sus acciones, en lugar de proceder despacio. Tendría miedo de que la policía averiguase su secreto, así que se daría prisa antes de que le tomaran la delantera. Por supuesto, yo no podía saber si había encontrado o no la perla en el busto de Harker. Ni siquiera estaba seguro de que se tratara de la perla; pero era evidente que andaba buscando algo, puesto que se llevó el busto a varias casas de distancia, para romperlo en un jardín que tuviera una farola al lado. Puesto que el busto de Harker era uno de los tres que quedaban, las posibilidades eran exactamente las que yo les dije: dos contra uno a que la perla no se encontraba allí. Quedaban dos bustos, y lo natural era que fuera primero a por el de Londres. Avisé a los habitantes de la casa, con el fin de evitar una segunda tragedia, v allá fuimos nosotros, con magníficos resultados. Pero entonces, desde luego, yo ya estaba seguro de que andábamos detrás de la perla de los Borgia.