La aventura de Peter el Negro (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Pueden ustedes imaginarse nuestro asombro. Me pasé meses intentando seguirles la pista, y por fin, tras muchas decepciones y dificultades, descubrí que el vendedor original había sido el capitán Peter Carey, propietario de esta choza.
»Como es natural, hice algunas averiguaciones acerca de este hombre, y así supe quehabía estado al mando de un ballenero que regresaba del Ártico precisamente cuando mi padre navegaba hacia Noruega. El otoño de aquel año fue muy tormentoso, con una larga serie de galernas del Sur. Cabía la posibilidad de que hubieran arrastrado el yate de mi padre hacia el Norte, donde pudo encontrarse con el barco del capitán Carey. Y si esto fue lo que ocurrió, ¿qué había sido de mi padre? En cualquier caso, si la declaración de Peter Carey me servía para demostrar cómo habían llegado al mercado aquellas acciones, podría demostrar que mi padre no las había vendido y que no se las llevó con afán de lucro personal.
»Vine a Sussex con la intención de ver al capitán, pero justo entonces ocurrió su terrible muerte. En el informe de la indagación leí una descripción de esta cabaña, en la que se decía que aquí se guardaban los viejos cuadernos de bitácora de su barco. Se me ocurrió entonces que, si podía enterarme de lo que ocurrió a bordo del Sea Unicorn en el mes de agosto de 1883, podría resolver el misterio de la desaparición de mi padre. Vine anoche, dispuesto a mirar los libros, pero no conseguí abrir la puerta. Esta noche lo volví a intentar, con éxito, pero descubrí que las páginas correspondientes a ese mes habían sido arrancadas del libro. Y en ese momento caí preso en sus manos.
-¿Eso es todo? -preguntó Hopkins.
-Sí, es todo -dijo el joven, desviando la mirada.
-¿No tiene nada más que decirnos?
El joven vaciló.
-No, nada.
-¿No había estado aquí antes de anoche?
-No.
-Entonces, ¿cómo explica esto? -exclamó Hopkins, esgrimiendo el cuaderno acusador, con las iniciales de nuestro prisionero en la primera hoja y la mancha de sangre en la cubierta.
El desdichado se desmoronó. Sepultó la cara entre las manos y se puso a temblar de pies a cabeza.
-¿De dónde lo ha sacado? -gimió-. No lo sabía. Creía que lo había perdido en el hotel.
-Con esto basta -dijo Hopkins secamente-. Si tiene algo más que decir, podrá decírselo al tribunal.

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