La aventura de Peter el Negro (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Eso es todo lo que sé, y repito que la justicia debería darme las gracias por haber matado a Peter el Negro, ya que les he ahorrado el precio de una cuerda de cáñamo.
-Una narración muy clara -dijo Holmes, levantándose y encendiendo su pipa-. Creo, Hopkins, que debería usted conducir a su detenido a lugar seguro sin pérdida de tiempo. Esta habitación no reúne condiciones para servir de celda, y el señor Patrick Cairns ocupa demasiado espacio en nuestra alfombra.
-Señor Holmes -dijo Hopkins-, no sé cómo expresarle mi gratitud. Todavía no me explico cómo ha obtenido usted estos resultados.
-Pues, sencillamente, porque tuve la suerte de encontrar la pista correcta nada más empezar. Es muy posible que si hubiera sabido que existía ese cuaderno, me habría despistado como le pasó a usted. Pero todo lo que yo sabía apuntaba en una misma dirección: la fuerza tremenda, la pericia en el manejo del arpón, el ron con agua, la petaca de piel de foca con tabaco fuerte..., todo aquello hacía pensar en un marinero, y más concretamente, en un ballenero. Estaba convencido de que las iniciales «P.C.» grabadas en la petaca eran pura coincidencia, y que no eran las de Peter Carey, porque ése casi no fumaba y no se encontró ninguna pipa en la cabaña. Recordará usted que le pregunté si había whisky y brandy en la cabaña, y que dijo usted que sí. ¿Cuántos hombres de tierra adentro conoce usted que prefieran beber ron habiendo a mano otros licores? Sí, estaba seguro de que se trataba de un marinero.
-¿Y cómo pudo encontrarlo?
-Querido amigo, el problema era muy sencillo. Si se trataba de un marinero, tenía que ser uno que hubiera navegado con él en el Sea Unicorn. Por las noticias que yo tenía, Carey no había navegado en ningún otro barco. Me pasé tres días poniendo telegramas a Dundee, y al cabo de ese tiempo disponía ya de los nombres de todos los tripulantes del Sea Unicorn en 1883. Cuando encontré un Patrick Cairns entre los arponeros, comprendí que mi investigación se acercaba a su fin. Deduje que lo más probable era que mi hombre se encontrara en Londres y deseara ausentarse del país durante algún tiempo. Así que me pasé unos días en el East End, corriendo la voz de una expedición al Ártico y ofreciendo pagas tentadoras a los arponeros dispuestos a embarcarse a las órdenes del capitán Basil.

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