La aventura del tres cuartos desaparecido (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Mientras no se haya cometido ningún delito, soy mucho más partidario de silenciar los escándalos privados que de darles publicidad. Si aquí no se ha violado la ley, como parece ser el caso, puede usted confiar plenamente en mi discreción y mi cooperación para que el asunto no llegue a oídos de la prensa.
El doctor Armstrong dio un rápido paso adelante y estrechó con fuerza la mano de Holmes.
-Es usted un buen tipo -dijo-. Le había juzgado mal. Doy gracias al cielo por haberme arrepentido de dejar al pobre Staunton aquí solo con su dolor y haber hecho dar la vuelta a mi coche, porque así he tenido ocasión de conocerle. Sabiendo ya lo que usted sabe, el resto es fácil de explicar. Hace un año, Godfrey Staunton pasó una temporada en una pensión de Londres, se enamoró perdidamente de la hija de la patrona y se casó con ella. Era una muchacha tan buena como hermosa y tan inteligente como buena. Ningún hombre se avergonzaría de una esposa semejante. Pero Godfrey era el heredero de ese viejo aristócrata avinagrado y estaba completamente seguro de que la noticia de su matrimonio daría al traste con su herencia. Yo conocía bien al muchacho y lo apreciaba por sus muchas y excelentes cualidades. Hice todo lo que pude para ayudarle a arreglar las cosas. Procuramos, por todos los medios posibles, que nadie se enterase del asunto, porque una vez que un rumor así se pone en marcha, no tarda mucho en ser del dominio público. Hasta ahora, gracias a esta casita aislada y a su propia discreción, Godfrey había conseguido lo que se proponía. Nadie conocía su secreto, excepto yo y un sirviente de toda confianza, que en estos momentos ha ido a Trumpington a buscar ayuda. Pero, de pronto, una terrible desgracia se abatió sobre ellos: la esposa contrajo una grave enfermedad, una tuberculosis del tipo más virulento. El pobre muchacho estaba medio loco de angustia, a pesar de lo cual tenía que ir a Londres a jugar ese partido, porque no podía faltar sin dar explicaciones que revelarían el secreto. Intenté animarlo por medio de un telegrama, y él me respondió con otro, en el que me suplicaba que hiciera todo lo posible. Ese fue el telegrama que usted, de algún modo inexplicable, parece haber visto. Yo no le había dicho lo inminente que era el desenlace, porque sabía que su presencia aquí no serviría de nada, pero le conté la verdad al padre de la chica, y él, sin pararse a pensar, se la contó a Godfrey, con el resultado de que éste se presentó aquí en un estado rayano en la locura, y en ese estado ha permanecido desde entonces, arrodillado al pie de la cama, hasta que esta mañana la muerte puso fin a los sufrimientos de la pobre mujer.

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