La caja de cartón (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Nuestro cochero se detuvo delante de una casa que no se diferenciaba apenas de la que acabábamos de abandonar. Mi compañero le ordenó que esperase, y ya tenía el llamador en la mano cuando se abrió la puerta y un caballero joven y serio, vestido de negro y con un sombrero muy lustroso, apareció en el umbral.
-¿Está en casa la señorita Cushing? -preguntó Holmes.
-La señorita Sarah Cushing está gravemente enferma -dijo el joven-. Desde ayer padece síntomas muy graves de meningitis. Como médico suyo, no puedo asumir de ninguna manera la responsabilidad de permitir que nadie la visite. Yo le recomendaría que volviera dentro de diez días.
Se puso los guantes, cerró la puerta y se fue calle abajo.
-Bueno, lo que no se puede, no se puede -dijo Holmes jovialmente.
-Es posible que no pudiera, ni quisiera, decirle mucho.
-Yo no quería que me dijera nada. Sólo deseaba verla. Sin embargo, creo tener todo lo que quiero. Cochero, llévenos a algún hotel decente, donde podamos almorzar algo. Después nos dejaremos caer por la comisaría de policía para ver a nuestro amigo Lestrade. Tomamos una agradable comida juntos, durante la cual Holmes no habló más que de violines, refiriéndome con gran júbilo cómo había comprado su propio Stradivarius, que valía por lo menos quinientas guineas, a un chamarilero judío de Tottenham Court Road por cincuenta y cinco chelines. Eso le llevó a Paganini, y durante una hora estuvimos delante de una botella de clarete mientras él me contaba anécdotas y más anécdotas de aquel hombre extraordinario. Cuando llegamos a la comisaría la tarde estaba ya muy avanzada y la deslumbradora y cálida luz se había atenuado hasta convertirse en un suave resplandor. Lestrade nos esperaba en la puerta.
-Hay un telegrama para usted, señor Holmes -dijo.
-¡Ajá! ¡Ahí está la respuesta! -abrió el telegrama, le echó un vistazo y, estrujándolo, se lo metió en el bolsillo-. Todo va bien -dijo.
-¿Ha descubierto usted algo?
-¡Lo he descubierto todo!
-¡Cómo! -Lestrade le miró asombrado-. Está usted bromeando.
-Jamás hablé más en serio en toda mi vida. Se ha cometido un crimen espantoso y creo haber puesto ya al descubierto todos sus pormenores.
-¿Y el criminal?
Holmes garabateó unas cuantas palabras en el reverso de una de sus tarjetas de visita y se la arrojó a Lestrade.

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