El Intérprete griego (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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¿Tiene las manos sueltas? Pues dale la tiza. Usted ha de hacer las preguntas, señor Melas y él escribirá las respuestas. Pregúntele en primer lugar si está dispuesto a firmar los papeles.
»Los ojos del hombre de la cara cruzada por tiras de esparadrapo echaron chispas.
»Nunca, escribió en griego sobre la pizarra aquella piltrafa humana.
»-¿Bajo ninguna condición? -pregunté a petición de nuestro tirano.
»Sólo si la veo casada en mi presencia por un sacerdote griego al que yo conozca.
»El hombre soltó su maligna risita. »
-¿Sabe lo que le espera, pues?
»No me importa lo que pueda ocurrirme a mí. »
Estos son ejemplos de las preguntas y contestaciones que constituyeron nuestra extraña conversación, medio hablada y medio escrita. Una y otra vez tuve que preguntarle si cedería y firmaría el documento. Y una y otra vez obtuve la misma réplica indignada. Pero pronto se me ocurrió una feliz idea. Empecé a añadir breves frases de mi cosecha a cada pregunta, inocentes al principio, para comprobar si alguna de los dos hombres entendía algo, y después, al constatar que no daban señales de ello, puse en práctica un juego más peligroso. Nuestra conversación transcurrió más o menos como sigue:
»-De nada puede servirle esta obstinación. (¿Quién es usted?)
»Tanto me da. (Soy forastero en Londres.)
»-Será responsable de lo que ocurra. (¿Cuánto tiempo lleva aquí?)
»Pues que así sea. (Tres semanas.)
»-La propiedad nunca puede ser suya. (¿Qué le han hecho?)
»No caerá en manos de unos miserables. (Me están matando de hambre.)
»-Si firma quedará en libertad. (¿Qué es este lugar?)
»Jamás firmaré. (No lo sé.)
»-A ella no le está haciendo ningún favor. (¿Cómo se llama usted?)
»Quiero oírlo de labios de ella. (Kratides.)
»-La verá si firma. (¿De dónde es usted?)
»Entonces no la veré nunca. (De Atenas.)
»Cinco minutos más, señor Holmes, y hubiera averiguado toda la historia ante las narices de aquellos hombres. Mi siguiente pregunta quizás habría aclarado la cuestión, pero en aquel instante se abrió la puerta y entró una mujer en la habitación. No pude verla con suficiente claridad para saber algo más, aparte de que era alta y esbelta, con cabellos negros, y que llevaba una especie de túnica blanca y holgada.
»-¡Harold! -exclamó, hablando en un inglés con acento-.

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