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Las de la señora, en cambio, eran más cortantes y, cuando alzaba la voz, se oían perfectamente. «Eres un cobarde!, le repetía una y otra vez. «¿Qué podemos hacer ahora? ¿Qué podemos hacer ahora? ¡Devuélveme la vida! ¡No quiero volver a respirar nunca más el mismo aire que tú! ¡Cobarde! ¡Cobarde! Esto eran fragmentos de la conversación de ella, que terminaron con un grito repentino y espantoso proferido por la voz del hombre, junto con el ruido de una caída y un penetrante chillido de la mujer. Convencido de que habla ocurrido alguna tragedia, el cochero se abalanzó hacia la puerta y trató de forzarla, mientras del interior brotaba un grito tras otro. No le fue posible, sin embargo, abrirla, y las sirvientas estaban demasiado acongojadas por el miedo para poder prestarle alguna ayuda. Pero entonces se le ocurrió súbitamente una idea y cruzó corriendo la puerta del vestíbulo y salió a la extensión de césped, sobre la que se abría la gran puerta cristalera de hojas plegables. Un lado de éstas estaba abierto, cosa según creo usual en verano, y sin dificultad pudo entrar en la habitación. Su señora había dejado de gritar y estaba echada, sin conocimiento, en un sofá, en tanto que, con los pies sobre el costado de una butaca y la cabeza en el suelo, cerca del ángulo del guardafuegos, yacía el infortunado militar, muerto y en medio de un charco de su propia sangre.
Naturalmente, el primer pensamiento del cochero, al descubrir que nada podía hacer por su amo, fue el de abrir la puerta, pero entonces se presentó una dificultad tan singular como inesperada. La llave no se encontraba en la parte interior de la puerta y no fue posible encontrarla en parte alguna de la habitación. Por consiguiente, volvió a salir por la ventana y regresó tras haber conseguido la ayuda de un policía y de un medico. La señora, contra la cual se alzaron lógicamente las más intensas sospechas, fue trasladada a su dormitorio todavía en un estado de insensibilidad. El cadáver del coronel fue colocado entonces sobre el sofá y se procedió a un examen cuidadoso del escenario de la tragedia.
Se comprobó que la herida infligida al infortunado veterano era un corte desigual, de unos cuatro dedos de longitud, en la parte posterior de la cabeza, que indudablemente había sido causado por un golpe violento asestado con un instrumento contundente.