El Jorobado (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Tuvimos tiempo para alcanzar al mayor antes de que llegase a la esquina.
-Ah, Holmes -dijo-, supongo que se habrá enterado de que todo este jaleo ha terminado en nada. -¿Qué ha sido, pues?
-Acaba de terminar la diligencia judicial. Las pruebas médicas han demostrado concluyentemente que la muerte fue debida a una apoplejía. Ya ve que, después de todo, fue un caso bien sencillo.
-Ya lo creo, notablemente superficial -repuso Holmes, sonriendo-. Vamos, Watson, no creo que en Aldershot se nos necesite ya.
-Hay una cosa -dije mientras nos encaminábamos a la estación-. Si el marido se llamaba James y el otro Henry, ¿a qué venía hablar de un tal David?
-Esta sola palabra, mi estimado Watson, hubiera tenido que contarme toda la historia de haber sido yo el razonador ideal que a usted tanto le agrada describir. Era, evidentemente, un término usado como reproche.
-¿Como reproche?.
-Sí. Ya sabe usted que, de vez en cuando, David se extralimitaba un poco; en una ocasión lo hizo en el mismo sentido que el sargento Barclay. Usted recordará el asuntillo de Urías y Betsabé. Mucho me temo que mis conocimientos bíblicos estén un poco oxidados, pero encontrará esta historia en el primer o segundo libro de Samuel.

FIN

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