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-Es una persona de gustos costosos, criador de caballos; jugó una breve temporada al polo en Hurlingham, pero se habló del asunto de Praga y tuvo que retirarse. Colecciona libros y cuadros. Hay en su temperamento un importante aspecto de artista. Tengo entendido que está considerado como una autoridad en porcelana china, y ha publicado un libro sobre el tema.
-Una personalidad compleja -dijo Holmes-. Todos los grandes criminales la tienen.
Mi antiguo amigo Charlie Peace era un virtuoso del violín. Wainwright no era cualquier cosa como artista. Podría citar muchos más. Bien, sir James, informe a su cliente de que desde este momento concentro mi atención en el barón Gruner. No puedo decir más; dispongo de algunas fuentes de información propias mías, y creo que no han de faltarme algunos medios para iniciar el trabajo.
Una vez que se retiró nuestro visitante, permaneció Holmes sentado y sumido en profundas meditaciones durante tan largo rato que me pareció se había olvidado de mi presencia. Sin embargo, volvió de pronto con gran viveza a la realidad y me preguntó:
-Y qué, Watson, ¿no se le ocurre algo?
-Yo creo que lo mejor que puede usted hacer es entrevistarse con la misma joven.
-Querido Watson, ¿cómo voy yo, un desconocido, a salir airoso, si su pobre y anciano padre no ha conseguido influir en ella? Sin embargo, si todo lo demás nos falla, hay algo aprovechable en esa sugerencia. Pero creo que es preciso que empecemos desde un ángulo distinto. Me está pareciendo que Shinwell Jonson podría servirnos de algo.
Aún no se me ha presentado ocasión en estas Memorias de mencionar a Shinwell Johnson, porque sólo raras veces he entresacado mis casos de las últimas etapas de la carrera de mi amigo. Llegó a ser un colaborador valioso durante los primeros años de este siglo. Lamento decir que Johnson empezó por ganarse fama como maleante muy peligroso y cumplió dos condenas en Parkhurst. Más tarde se arrepintió y se alió con Holmes, actuando de agente suyo en el voluminoso mundo de los bajos fondos de Londres, y sus valiosas informaciones resultaron con frecuencia de vital importancia. Si Johnson hubiese sido un cimbel de la policía, pronto habría sido puesto al descubierto; pero como intervenía en casos que no llegaban nunca directamente a los tribunales de justicia, sus compañeros no advirtieron jamás sus actividades.