La aventura del cliente ilustre (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Con el brillo de sus dos condenas tenía acceso libre a todos los clubes nocturnos, tugurios y antros de juego, y su rapidez de observación y despierto cerebro lo convirtieron en un agente ideal para adquirir informes. En esta ocasión propúsose Sherlock Holmes recurrir a sus servicios.
No me fue posible seguir de cerca los pasos que dio a continuación mi amigo, porque tenía ciertos asuntos profesionales apremiantes propios míos; pero, de acuerdo con la cita que teníamos, me reuní con él aquella noche en Simpson,s, donde, sentados frente a una mesita en la ventana delantera y contemplando desde aquella altura la impetuosa corriente de vida que circulaba en el Strand, me refirió Holmes algo de lo que había ocurrido.
-Johnson anda de merodeo -me dijo-. Quizá reúna algunos elementos en los recovecos más oscuros de los bajos fondos. Es allí, entre las negras raíces del crimen, donde tenemos que ponemos a la caza de los secretos de este hombre.
-Pero si esa dama no acepta siquiera los hechos conocidos de todos, ¿cómo es posible que la retraiga de sus propósitos ningún descubrimiento nuevo que usted pueda hacer?
-Quién sabe, Watson. El corazón y la inteligencia de las mujeres son para nosotros, los hombres, enigmas insolubles. Es posible que la mujer perdone o se explique un asesinato, y sin embargo, la irrite algún pecadillo menos importante. El barón Gruner me hizo notar...
-¡Qué le hizo notar a usted!
-Bueno, ahora caigo en que yo no le hablé de mis planes a usted. Mire, Watson: a mí me gusta llegar al cuerpo a cuerpo con el hombre a quien persigo. Me agrada mirarle cara a cara y ver por mí mismo la materia de que está fabricado. Una vez que di mis instrucciones a Johnson, me hice llevar en coche a Kingston, y encontré al barón de un humor afabilísimo.
-¿Cayó en la cuenta de quién era usted?
-Ninguna dificultad le costó, por la sencilla razón de que yo le pasé mi tarjeta. Es un adversario excelente, frío como el hielo, de voz sedosa y acariciadora como la de uno de esos médicos de moda, siendo al mismo tiempo tan venenoso como una serpiente cobra. Tiene casta, es un verdadero aristócrata del crimen, de esos que producen superficialmente sugerencias de té de la tarde, de un té con toda la crueldad de la tumba detrás.

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