Página 12 de 27
En ese libro suyo tenía registrado todo: fotografías instantáneas, nombres, detalles, todos los datos acerca de esas mujeres. Era un libro repugnante; un libro que ningún hombre, ni aunque procediera del arroyo, habría sido capaz de reunir. Sin embargo, era el libro de Adelbert Gruner. Almas que he arruinado. Ése es el título que habría podido inscribir en la portada, si se le hubiese ocurrido. Sin embargo, con eso no vamos a ninguna parte, porque ese libro no le servirá a usted de nada, y si le sirviese no podría hacerse con él.
-¿Dónde está ese libro?
-¿Cómo puedo yo decirle donde está ahora? Hace más de un año que me aparté de ese hombre. Sé donde lo guardaba entonces. Gruner es en muchos aspectos un gato limpio y cuidadoso, de modo que quizá siga estando en uno de los compartimientos del escritorio antiguo que tiene en su despacho interior. ¿Conoce usted la casa del barón?
-He estado en su despacho -dijo Holmes.
-¿Ah, sí? Pues la verdad que se ha movido usted mucho para no haber empezado la tarea sino esta mañana. El despacho exterior es aquel en que exhibe las porcelanas de China; un gran armario de cristal entre las ventanas. Detrás de su mesa esta la puerta por la que se pasa al despacho interior; un cuartito donde guarda documentos y cosas.
-¿No teme a los ladrones?
-Adelbert no es - cobarde. Ni el peor enemigo suyo podría afirmar eso de él. Sabe guardarse. Por la noche funciona un timbre de alarma contra los ladrones. Además, ¿qué hay allí que pueda interesar a un ladrón, corno no se llevase todos sus cacharros de fantasía?
-Eso no sirve para nada. Ningún perista admite artículos que no pueda ni fundir ni vender
-dijo ShínweIl Johnson, con el acento sentencioso de un técnico en la materia.
-Así es, en efecto -dijo Holmes-. Bueno, miss Winter, si usted quisiese venir hasta aquí mañana por la tarde a las cinco, meditaré de aquí a entonces en si es posible combinar una entrevista personal suya con esa otra joven. Le quedo extraordinariamente agradecido por su cooperación. No necesito decirle que misclientes se mostrarán espléndidos en...
-Ni hablar de eso, míster Holmes -exclamó la joven-. Yo no he salido a ganar dinero. Con tal de que vea a ese hombre en el fango, me consideraré pagada por mi trabajo.