Página 13 de 27
.. En el fango y pisoteándole yo su maldita cara. Ese es mi precio. Estaré a su disposición mañana o cualquier otro día, mientras usted le persigue. Aquí, el gordo, le dirá siempre dónde puede encontrarme.
No volví a ver a Holmes hasta la noche siguiente, en que volvimos a cenar en nuestro restaurante del Strand. Cuando yo le pregunté cómo le había ido en su entrevista, se encogió de hombros. Acto continuo me hizo el relato, que yo voy a repetir, como luego se verá, porque su exposición dura y seca necesita alguna ligera manipulación para suavizarla y darle verdadera vida.
-No tuve dificultad alguna en conseguir la cita, porque la muchacha está en sus glorias dando pruebas de obediencia filial abyecta en todo lo secundario, para de ese modo hacerse perdonar su flagrante desobediencia en lo referente a su compromiso matrimonial. El general me telefoneó que todo estaba listo, y la arrebatada miss Winter acudió puntual, de modo que a las cinco y media nos dejó un coche frente al número ciento cuatro de la plaza de Berkeley, donde reside el veterano soldado, en uno de esos castillos londinenses espantosamente grises, junto a los cuales las iglesias parecen edificios frívolos. Un lacayo nos pasó a una gran sala de cortinajes amarillos, y en ella nos esperaba la joven grave, pálida, reservada; tan inflexible y tan lejana como una estatua de nieve en lo alto de una montaña. Yo no acierto verdaderamente con el medio de retratársela a usted, Watson. Quizá tenga usted ocasión de conocerla antes de que terminemos con este asunto, y entonces podrá usted servirse de su propio caudal de palabras. Es hermosa, pero con la hermosura etérea de un transmundo, propia de una fanática que tiene puestos sus pensamientos en las alturas. He visto caras así en los cuadros de viejos pintores de la Edad Media.
A mii no me cabe en la cabeza cómo un hombre bestial haya podido poner sus garras repugnantes en un ser como ése. Quizá se haya fijado ya en que los extremos se atraen, lo espiritual hacia lo animal, el hombre de las cavernas hacia el ángel. Pero jamás habrá visto usted contraste peor que éste... Ella sabía a lo que íbamos, como es natural; porque aquel canalla no había dejado pasar tiempo para acudir a envenenar su alma contra nosotros. Creo que sí, que la asombró bastante la visita de miss Winter, pero nos indicó con un vaivén de la mano que nos sentásemos en nuestras sillas correspondientes, cómo lo haría una reverenda madre abadesa al recibir la visita de dos mendigos bastante lacerados.