La aventura del cliente ilustre (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Si su noble alma ha tenido en algún momento una caída, quizás esté yo especialmente destinada a levantarla hasta su elevado y auténtico nivel.» De pronto, volvió sus ojos hacia mi acompañante y dijo: «No me imagino quién pueda ser esta joven.
» Iba yo a responderle cuando la muchacha estalló lo mismo que un torbellino. Si alguna vez la llama y el hielo se han visto frente a frente fue cuando se vieron de ese modo aquellas dos mujeres. Yo le voy a decir quién soy -gritó miss Winter, saltando de su asiento con la boca contorsionada de furor- Soy su última amante. Soy una del centenar de mujeres que él ha tentado, que él ha gozado, que él ha arruinado y arrojado luego a la basura, como lo hará con usted, aunque el montón de basura al que usted irá a parar será probablemente el sepulcro, y en eso tendrá usted suerte. Le digo, mujer estúpida, que casarse con ese hombre equivale para usted a la muerte. Le despedazará el corazón o le retorcerá el cuello, pero de una manera o de otra, la matará. No hablo por amor a usted. Me importa un rábano que usted viva o que usted muera. Hablo por odio a él, para escupirle, para hacerle sufrir lo que él me ha hecho sufrir a mí; pero me da igual, mi elegante joven, y no me mire de esa manera, porque para cuando termine su asunto quizás haya caído usted todavía más bajo que yo». «Preferiría no hablar de estas cosas -dijo con frialdad miss De Merville-. Permítame que le diga que estoy enterada de tres episodios de la vida de mi novio en los que se vio enzarzado en las redes de mujeres calculadoras, y que estoy segura de que se encuentra cordialmente arrepentido de todo el daño que él haya podido ocasionar» «¡Tres episodios! -gritó mi acompañante-. ¡Estúpida!
¡Estúpida rematada!» «Míster Holmes, yo le suplico que pongamos fin a esta entrevista -dijo la voz de hielo-. He obedecido al deseo de mi padre aceptando entrevistarme con usted, pero no me creo obligada a escuchar los delirios de esta individua.» Miss Winter se abalanzó, lanzando una blasfemia, y si yo no la hubiese sujetado por la muñeca, habría agarrado por el moño a aquella mujer capaz de sacar de quicio a cualquiera. Tiré de miss Winter hacia la puerta, y tuve la buena suerte de volver a meterla en el coche sin dar lugar a un escándalo público, porque estaba fuera de sí de rabia.

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