La aventura del cliente ilustre (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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-¿Nada más?
-Sí. Avise a Shinwell Johnson que cuide de apartar de la circulación a la muchacha.
Esos elegantes la andarán buscando. Saben, como es natural, que ella me acompañó. Si se atrevieron a meterse conmigo, no es probable que se olviden de ella.
Es cosa urgente. Hágalo esta misma noche.
-Ahora mismo iré. ¿Algo más?
-Coloque encima de la mesa mi pipa y la bolsita del tabaco, ¡muy bien! Venga por aquí todas las mañanas y haremos nuestro plan de campaña.
Me las entendí con Johnson aquella misma noche para que llevase a miss Winter a un barrio tranquilo, y que tuviese cuidado de que ella permaneciera agazapada hasta que pasase el peligro.
El público estuvo durante seis días bajo la impresión de que Holmes se encontraba a las puertas de la muerte. Los boletines eran muy graves y en los periódicos aparecían gacetillas siniestras. Mis constantes visitas me daban a mí la seguridad de que la cosa no era tan seria. Su férrea constitución y su voluntad resuelta realizaban milagros. Se recobraba rápidamente, y en ocasiones llegaba yo a sospechar que se rehacía más rápidamente aún de lo que quería hacerme creer a mí. Había en aquel hombre una curiosa tendencia al secreto que solía producir muchos efectos dramáticos, pero que dejaba incluso a su más íntimo amigo haciendo cábalas sobre cuáles serían sus verdaderos planes. Holmes llevaba hasta el límite extremo el axioma de que el único conjurado que está seguro es el que lleva él solo una conjura. Yo me encontraba más próximo a él que nadie y, sin embargo, tenía en todo momento la sensación de la grieta que nos separaba.
Al séptimo día le quitaron los puntos de sutura, a pesar de lo cual, los periódicos de la noche hablaban de erisipela. Los mismos periódicos de la noche trataban otra noticia que yo tenía por fuerza que llevar a mi amigo, lo mismo si estaba sano que si estaba enfermo. En la lista de pasajeros del barco de la «Cunard», el Ruritania, que zarpaba el viernes de Liverpool, figuraba el barón Adelbert Gruner, que tenía que cerrar en los Estados Unidos importantes transacciones financieras antes de su boda inminente con miss Violeta de Merville, única hija de, etcétera, etcétera. Holmes escuchó la noticia con una expresión fría y reconcentrada en su cara pálida.
Comprendí que le había herido en lo vivo.

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