La aventura del cliente ilustre (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Hundió la mano en un cajón lateral y revolvió furiosamente en el interior. Pero, de pronto, algo debió de llegar hasta su oído, porque se quedo inmóvil, escuchando atentamente.
- ¡Ah! -exclamó-. ¡Ah! -y se precipitó dentro del cuarto, cuya puerta quedaba a sus espaldas.
Llegué en dos zancadas hasta la puerta abierta. Jamás perderá claridad en mi imaginación el cuadro que allí presencié. La ventana por la que se salía al jardín estaba abierta de par en par. Junto a ella, produciendo la impresión de un fantasma terrible, con la cabeza envuelta en vendajes manchados de sangre, la cara enjuta y blanca, estaba Sherlock Holmes. Un instante después había desaparecido por aquella abertura, y llegó a mis oídos el chasquido de los arbustos de laurel al caer sobre ellos su cuerpo. El dueño de la casa dejó escapar un alarido de rabia y corrió hacia la ventana abierta para perseguirle.
¡Y en ese instante ... ! Porque fue en un instante, sí, pero yo lo vi con toda claridad.
Un brazo, un brazo de mujer salió con ímpetu de entre las hojas. Casi en el acto dejó escapar el barón un grito espantoso; un chillido que resonará siempre en mi memoria.
Se llevó con estrépito sus dos manos a la cara y se puso a correr por la habitación, golpeándose con la cabeza en las paredes. Luego cayó sobre la alfombra, rodando sobre sí mismo y retorciéndose mientras sus alaridos, en ininterrumpida sucesión, llenaban toda la casa.
-¡Agua, por amor de Dios, agua! -gritaba.
Eché mano a un botellón que había en una mesa lateral y corrí en socorro suyo. En ese mismo instante acudieron corriendo desde el vestíbulo el mayordomo y varios lacayos. Recuerdo que uno de ellos se desmayó al arrodillarse junto al herido y volver hacia la luz de la lámpara aquel rostro que causaba horror. El vitriolo iba carcomiéndolo por todas partes, goteando desde las orejas y la barbilla. Uno de los ojos estaba ya blanco y como convertido en cristal. El otro estaba rojo e inflamado.
Las facciones que momentos antes me habían producido admiración, eran corno un bellísimo cuadro sobre cuya superficie había pasado el artista una esponja húmeda de inmundicias. Se habían desdibujado, deshumanizado, perdido el color, vuelto espantosas.
Yo expliqué en pocas palabras lo que había ocurrido, sólo en lo referente al ataque con vitriolo.

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