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Ella no puede hacerlo a un lado.
Sir Jarnes se llevó el libro y el precioso platillo. Como yo estaba ya en retraso, bajé con él a la calle. Esperaba a sir James un carruaje brougbam; subió al mismo, dio una orden rápida al escarapelado cochero, y el vehículo se alejó rápidamente. Sir James echó su gabán encima de la ventanilla de manera que la mitad que quedaba fuera cubría el escudo que ostentaba el panel, pero a pesar de ello, tuve yo tiempo de verlo, a la luz del abanico transparente de nuestra puerta. La sorpresa me dejó un instante sin aliento. Me di media vuelta y subí hasta el cuarto de Holmes, -He descubierto quién es nuestro cliente -exclamé, entrando de sopetón con mi gran noticia-. Sepa usted, Holmes, que es...
-Es un amigo leal y un hombre caballeresco -dijo Holmes alargando la mano para cortarme la palabra-. Baste con eso, ahora y siempre, entre nosotros.
Ignoro de qué manera se empleó el libro acusador. Quizá fue sir James el encargado de esa tarea, aunque es mas probable que, por lo delicado de la misma, le fuese encomendada al padre de la joven. Fuese como fuere, el efecto que produjo fue el que se buscaba. Tres días después apareció en The Morning Post una gacetilla anunciando que no tendría lugar la boda entre el barón Adelbert Gruner y miss Violeta de Merville. En el mismo número del periódico venía reseñada la primera vista ante el tribunal de policía, en la acusación contra miss Kitty Winter por el grave delito de lanzamiento de vitriolo. Fueron aportadas en esa causa tales atenuantes que, según se recordará, fue sentenciada a la mínima pena que podía serlo por delito semejante.
Sherlock Holmes se vio en peligro de ser acusado de robo con escalo, pero cuando la finalidad es noble y el cliente es lo bastante insigne, hasta la rígida justicia inglesa se humaniza y se hace elástica. Mi amigo no ha tenido que comparecer hasta ahora en el banquillo.