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Desde la casa del doctor hasta la puerta del jardín hay un camino de coches que en su breve trayecto dibuja una curva. Al extremo del mismo hay una farola. Cuando la señora Madding salía a la carretera, vio que por la parte reservada a los peatones venía un hombre. Creyendo que sería el doctor Lana, que regresaba de alguna visita profesional, la mujer quedo sorprendida al ver que se trataba de Mister Arthur Morton, el joven terrateniente. A la luz de la farola pudo ver que se encontraba muy excitado y que llevaba en la mano un pesado látigo de caza. En el momento en que el joven se metía por la perta exterior de la casa, la mujer le dirigió la palabra diciéndole:
-El doctor no está en casa, señor.
-¿Cómo lo sabe usted? -dijo el joven con voz áspera.
-He llamado a la puerta del consultorio, señor.
-Pues yo veo luz -dijo el joven Morton mirando hacia la casa -¿No es ese su despacho?
-Si, señor, pero estoy segura de que ha salido.-Bien, pues ya volverá -dijo el joven Morton y siguió adelante por el camino que conducía a la casa, mientras la señora Madding seguía en dirección a la suya.
El marido de esta señora sufrió a las tres de la mañana una brusca recaída y, alarmada la mujer a la vista de los síntomas, decidió marchar inmediatamente en busca del médico. Al entrar por la puerta exterior quedó sorprendida viendo que una persona parecía estar oculta entre los arbustos de laurel. Era, sin duda, un hombre y ella creía honradamente que se trataba de Mister Arthur Morton. Absorta con sus propias preocupaciones, no prestó atención especial a este detalle y avanzó a todo prisa para cumplir con su cometido.
Cuando llegó a la casa, descubrió con sorpresa que seguía habiendo luz en el despacho, en vista de lo cuál llamó a la puerta del consultorio. Nadie le contestó. Repitió varias veces la llamada sin que surtiese efecto alguno. Le pareció cosa extraña que el doctor se hubiese ido a la cama o que hubiese salido de casa dejando encendida una luz tan brillante y se le ocurrió que quizás se habría quedado dormido en su silla. En vista de eso, dio algunos golpes en la ventana del despacho, pero sin obtener ningún resultado. Pero entonces se fijó en que entre la cortina y la armazón de la ventana quedaba un pequeño espacio al descubierto y miró por el mismo hacia el interior.