El mundo perdido (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Arthur Conan Doyle
El mundo perdido

He forjado mi simple plan, si doy una hora de alegría al muchacho que es a medias un hombre
o al hombre que es un muchacho a medias.

Índice

Advertencia
Capítulo 1. Los heroísmos nos rodean por todas partes
Capítulo 2. Pruebe fortuna con el profesor Challenger
Capítulo 3. Es un hombre totalmente insoportable
Capítulo 4. Es la cosa más grandiosa del mundo
Capítulo 5. ¡Disiento!
Capítulo 6. Fui el mayal del Señor
Capítulo 7. Mañana nos perderemos en lo desconocido
Capítulo 8. Los guardianes exteriores del nuevo mundo
Capítulo 9. ¿Quién podía haberlo previsto?
Capítulo 10. Han ocurrido las cosas más extraordinarias
Capítulo 11. Por una vez fui el héroe
Capítulo 12. Todo era espanto en el bosque
Capítulo 13. Capítulo 14. Una escena que no olvidaré jamás Éstas fueron las verdaderas conquistas
Capítulo 15. Nuestros ojos han visto grandes maravillas
Capítulo 16. ¡En manifestación! ¡En manifestación!


I. Los heroísmos nos rodean por todas partes
Su padre, el señor Hungerton, era verdaderamente la persona menos dotada de tacto que pudiese hallarse en el mundo; una especie de cacatúa pomposa y desaliñada, de excelente carácter pero absolutamente ence­rrado en su propio y estúpido yo. Si algo podía haberme alejado de Gladys, era el imaginar un suegro como aquél. Estoy convencido de que creía, de todo corazón, que mis tres visitas semanales a Los Nogales se debían al placer que yo hallaba en su compañía y, muy especialmente, al deseo de escuchar sus opiniones sobre el bimetalismo1, materia en la que iba camino de convertirse en una autoridad.
1. Sistema monetario basado en la utilización de los patrones oro y plata.
Durante una hora o más tuve que oír aquella noche su monótono parloteo acerca de cómo la moneda sin respaldo disipa la seguridad del ahorro, sobre el valor simbólico de la plata, la devaluación de la rupia y los verdaderos patrones de cambio.
-Supóngase -exclamaba con enfermiza exaltación- que se reclamasen en forma simultánea todas las deudas del mundo y se insistiese en su pago inmediato. ¿Qué ocurriría entonces, dadas las actuales circuns­tancias?
Le contesté que eso me convertiría, evidentemente, en un hombre arruinado, ante lo cual saltó de su silla reprochando mi habitual ligereza, que le impedía discutir en mi presencia cualquier tema razonable.

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