Los planos de Bruce-Partington (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Le destrozó el corazón. Él se mostraba siempre muy orgulloso de la eficacia de su departamento, y esto fue para él un golpe aplastador.

-Veníamos con la esperanza de que nos diese algunos datos que habrían podido ayudarnos a poner en claro el asunto.

-Les aseguro que todo constituía para él un misterio, como lo es para ustedes y para todos nosotros. Había puesto ya a disposición de la policía todos sus datos. Naturalmente, no dudaba que Cadogan West era culpable. Pero todo lo demás le resultaba inconcebible.


-¿No puede usted darnos algún dato nuevo capaz de hacer una luz en este asunto?
-No sé sino lo que he leído u oído hablar. No deseo parecer descortés, mister Holmes; pero ya comprenderá que en este momento nos encontramos completamente trastornados, y por eso no tengo mas remedio que suplicarle que demos fin a esta entrevista.

Cuando volvimos a estar en el coche, me dijo mi amigo:

-Ha sido, desde luego, una novedad inesperada. ¿Habrá sido natural la muerte, o se habrá matado al pobre viejo? En este último caso, ¿no se podrá interpretar esa acción como una censura a su propia persona por el abandono de sus obligaciones? Dejemos para más adelante esta cuestión. Y ahora vamos a visitar a la familia de Cadogan West.

La desconsolada madre residía en una casa pequeña, pero bien cuidada, de los alrededores de la población. La anciana estaba afectada por el dolor para poder sernos de alguna utilidad; sin embargo, había a su lado una joven de pálido rostro, que se nos presentó como miss Violet Westbury, la prometida del muerto y la última persona que habló con él aquella noche fatal.

-No consigo explicármelo, mister Holmes -nos dijo -. No he pegado un ojo desde que ocurrió la tragedia, pensando, pensando y pensando, de día y de noche, en lo que pueda verdaderamente significar todo esto. Arthur era el hombre más sincero, más caballeroso y el mejor patriota del mundo. Antes de vender un secreto de Estado confiado a él, Arthur habría sido capaz de cortarse la mano derecha. A cualquiera que lo conociese tiene que resultarle semejante suposición una cosa absurda, imposible, disparatada.

-Pero ahí están los hechos, miss Westbury.

-En efecto, sí, confieso que no consigo explicármelos.



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