Los planos de Bruce-Partington (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Es preciso que vayamos.


Mi respuesta fue ponerme de pie y decir:
-Tiene razón, Holmes. Es preciso ir.
Holmes se puso rápidamente en pie y me estrechó la mano.


-Estaba seguro de que no se echaría usted atrás en el último instante.


Eso me dijo, y yo descubrí durante un momento en sus ojos algo que acercaba a la ternura mucho más que a todo lo que yo había visto en él hasta entonces. Un momento después había vuelto a ser el hombre dominador y práctico.
-Desde aquí hasta allí hay casi un kilómetro, pero no tenemos prisa. Vayamos caminando. No deje caer ninguna de las herramientas, por favor. El que lo detuviesen como tipo sospechoso nos acarrearía una complicación lamentable.

Caulfield Gardens era una de esas hileras de casas de fachadas chatas, con columnas y pórtico, que en el West End de Londres constituyen un producto tan característico de la época media victoriana. En la casa de al lado parecía que hubiese una fiesta de niños, porque el alegre runrún de las voces infantiles y el estrépito del piano llenaban la noche. La niebla seguía envolviéndolo todo y nos cubría con sus sombras amigas. Holmes encendió su linterna y proyectó su luz sobre la maciza puerta.

-El problema es serio -dijo -, porque, además, de cerrada con llave, tiene echado el cerrojo. Quizás se nos presente mejor por el patinejo. En caso de que se entrometa algún agente de Policía demasiado celoso, tenemos allí un magnifico arco de puerta. Écheme una mano, Watson, y yo haré lo mismo con usted.


Unos momentos después nos encontrábamos los dos en el patinejo del sótano. Apenas habíamos tenido tiempo de meternos en la parte más sombría del mismo, cuando oímos entre la niebla de la acera, encima de nosotros, los pasos de un agente de Policía. Cuando su lento ritmo murió a lo lejos, Holmes se puso a trabajar en la puerta del patinejo. Lo vi inclinarse y hacer fuerza hasta que se abrió aquélla con un chasquido seco. Nos lanzamos inmediatamente al oscuro pasillo, cerrando a nuestras espaldas la puerta. Holmes abrió la marcha, subiendo por la escalera caracolada y sin alfombra. Su pequeño foco de luz amarillenta iluminó su ventana baja.

-Ya estamos en el sitio, Watson. Ésta debe ser.

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