El problema final (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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-¿Qué haría usted, pues?

-Tomar un tren particular.

-Pero ya será tarde.

-En absoluto. El tren se para en Canterbury y siempre hay por lo menos un cuarto de hora de retraso en la salida del barco. Nos cogerá allí.

-Uno pensaría que somos nosotros los criminales. Hagamos que lo arresten al llegarnosotros.

-Eso echaría a perder el trabajo de tres meses. Cogeríamos al pez gordo, pero los pequeños saldrían disparados, escapándose de la red. El lunes los tendremos a todos. No, no podemos permitirnos un arresto ahora.

-¿Entonces, qué?

-Nos apearemos en Canterbury.

-¿Y entonces?

-Bueno, entonces tendremos que hacer el recorrido hasta Newhaven en esos trenes de vía estrecha que se paran en todas las estaciones y desde allí cruzaremos a Dieppe. Moriarty volverá a hacer lo que yo haría. Continuará hasta París, señalará nuestro equipaje y esperará dos días en el depósito. Mientras tanto, nosotros nos compraremos un par de bolsos de viaje, iremos favoreciendo con todas nuestras compras a los fabricantes de todos los países por lo que pasemos y seguiremos nuestro apacible camino hacia Suiza, vía Luxemburgo y Basilea.

Soy un viajero lo bastante experimentado para que me preocupará la pérdida de mi equipaje, pero debo confesar que me incomodaba un poco la idea de verme forzado a andarme zafando y escondiendo de un hombre cuyo negro historial estaba plagado de crímenes. Era evidente, sin embargo, que Holmes entendía la situación más claramente que yo. Así pues, nos apeamos en Canterbury sólo para descubrir que teníamos que esperar una hora para coger un tren con dirección a Newhaven.

Estaba todavía mirando con pesar hacia el furgón de equipaje que desaparecía rápidamente de mi vista con todo mi guardarropa en su interior, cuando Holmes me tiró de la manga y me señaló la vía.
-Mire, ya viene -dijo.
A lo lejos, por entre los bosques de Kentish, surgía una fina columna de humo. Un minuto después vimos un vagón con su máquina tomando a toda velocidad abierta curva de entrada en la estación. Apenas habíamos tenido tiempo de ocultarnos tras una pila de equipajes cuando éste pasó por delante con su estrepitoso traqueteo y nos lanzó una bocanada de aire caliente a la cara.
-Ahí va -dijo Holmes, mientras mirábamos cómo el tren se alejaba balanceándose al pasar por las agujas-.

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