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Último saludo en el escenario
Arthur Conan Doyle
Prefacio
Los amigos de Sherlock Holmes se alegrarán de saber que vive todavía y que, fuera de algunos ataques de reumatismo que de cuando en cuando lo traen derrengando, goza de buena salud. Lleva muchos años viviendo en una pequeña granja de las Tierras Bajas, a diez kilómetros de Eastbourne, y allí distribuye sus horas entre la Filosofía y la Agricultura. En el transcurso de este período de descanso, ha desechado los más espléndidos ofrecimientos que se le han hecho para que se hiciese cargo de varios casos, resuelto ya a que su retiro fuese definitivo. Sin embargo, la inminencia de la guerra con Alemania le movió a poner a disposición del Gobierno su extraordinaria combinación de actividad intelectual y práctica, con resultados históricos que se relatan en Su último saludo en el escenario. A esta obra, y para completar el volumen, se han agregado varios casos que han estado esperando mucho tiempo en mi carpeta.
John H. Watson, M. D.
Eran las nueve de la noche de un dos de agosto: el peor agosto de la historia del mundo. Ya entonces podía uno pensar que la maldición de Dios se cernía aplastante sobre un mundo degenerado, pues flotaban un silencio sobrecogedor y una sensación de vaga expectación en el aire sofocante y estancado. El sol se había puesto hacía rato, pero en el occidente lejano, a poca altura, se dibujaba una franja rojo sangre, como una herida abierta. Arriba, las estrellas brillaban resplandecientes; y abajo, las luces de las embarcaciones centelleaban en la bahía. Los dos famosos alemanes estaban junto al parapeto de piedra de la avenida del jardín; tenían detrás el edificio, bajo, alargado y cargado de gabletes de la casa, y estaban contemplando la ancha playa que se extendía al pie del profundo acantilado pizarroso sobre el que Von Bork, como un águila errante, se había posado hacía cuatro años. Tenían las cabezas muy juntas y hablaban en tonos quedos, confidenciales. Desde debajo los dos extremos incandescentes de sus cigarros podrían haber sido tomados por los ojos humeantes de algún demonio maligno, acechando en las tinieblas.
Hombre extraordinario este Von Bork, un hombre que difícilmente sería igualado por ninguno de los abnegados agentes del Kaiser. Era su talento lo primero que le había recomendado para la misión de Inglaterra, la misión más importante de todas; pero desde que se había hecho cargo de ella, su talento se había manifestado de forma cada vez más patente ante la media docena de personas que estaban en contacto con la realidad en todo el mundo.