La catacumba nueva (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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En los demás momentos permanecía silencioso y embarazado, con excesiva conciencia de sus propias limitaciones en otros temas más generales, y sentía impaciencia ante la cháchara sin importancia, que es un refugio convencional para todas aquellas personas que no tienen ninguna idea propia que expresar.
A pesar de todo eso, Kennedy y Burger mantuvieron trato por espacio de algunos años y pareció que ese trato maduraba poco a poco hasta convertirse en una amistad de los dos rivales, de personalidad tan diferente. La base y el arranque de esa situación estaba en que tanto el uno como el otro eran, dentro de su especialidad, los únicos de la generación joven con saber y entusiasmo suficientes para valorarse mutuamente. Su interés y sus actividades comunes los habían puesto en contacto y ambos habían sentido la mutua atracción de su propio saber. Este hecho se había ido luego completando con otros detalles. A Kennedy le divertía la franqueza y la sencillez de su rival, y Burger, en cambio, se había sentido fascinado por la brillantez y la vivacidad que habían convertido a Kennedy en uno de los hombres más populares entre la alta sociedad romana. Digo que le habían convertido, porque, en este preciso momento, el joven inglés estaba algo oscurecido por una nube. Un asunto amoroso, que nunca llegó a saberse con todos sus detalles, pareció descubrir en Kennedy una falta de corazón y una dureza de sentimiento que sorprendieron desagradablemente a muchos de sus amigos.
Ahora bien: dentro de los círculos de estudiosos y de artistas solterones, en los que el inglés prefería moverse, no existía sobre estos asuntos un código de honor muy severo y, aunque más de una cabeza se moviera con expresión de desagrado o más de unos hombros se encogiesen al referirse a la fuga de dos y al regreso de uno solo, el sentimiento general era probablemente de simple curiosidad y quizá de envidia más que de censura.
11 teutónicos: De raza germánica

-Escuche, Burger: yo querría que usted tuviese confianza en mí -dijo Kennedy, mirando con dura expresión el plácido semblante de su compañero.
Al decir estas palabras marcó un vaivén de su mano hacia una alfombra extendida en el suelo. Encima de la alfombra había una canastilla, larga y de poca profundidad, de las que se usan en la Campagna12 para la fruta y que están hechas de mimbre ligero.

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