El mercader de Venecia (William Shakespeare) Libros Clásicos

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de las rocas, ruina de los mercaderes?
SALANIO.- Ni uno solo, señor. Además, dijérase que aun cuando tuviera el dinero para
reembolsar al judío, este no lo aceptaría. Jamás he visto una criatura, revestida de forma
humana, más ávida y más anhelante de la pérdida de un hombre. Asedia de día y de noche al
dux, y declara que no existe seguridad en Venecia si se le niega justicia. Veinte mercaderes, el
dux mismo y los magníficos más notables han tratado de dulcificarle; pero nada puede
disuadirle de su odiosa machaconería: incumplimiento de promesa, justicia, pagaré firmado.
JESSICA.- Cuando yo estaba con él, le he oído jurar ante Tubal y Chus, sus compatriotas, que
quería mejor la carne de Antonio que veinte veces la suma que le debía; y sé, señor, que si la
ley, la autoridad y el poder dejan marchar las cosas, lo pasará mal ese pobre Antonio.
PORCIA.- ¿Es vuestro querido amigo el que se halla en semejante desgracia?
BASSANIO.- El más querido de mis amigos, el hombre más afectuoso, el alma más generosa y
la más infatigable en rendir servicios; la persona en quien más que en ninguna otra que alienta
en Italia aparece el antiguo honor romano.

PORCIA.- ¿Qué suma debe al judío?
BASSANIO.- Le debe por mí tres mil ducados.
PORCIA.- ¡Cómo! ¿Nada más? Pagadle con seis mil y romped el pagaré; doblad esos seis mil y
aun triplicad esa última suma antes que Bassanio deje que pierda un cabello por su culpa un
amigo tal como lo describe. Venid primero conmigo a la iglesia y dadme el título de esposa y
luego id a Venecia inmediatamente a encontraros con vuestro amigo, porque no os acostaréis
jamás al lado de Porcia con el alma intranquila. Tendréis oro en cantidad suficiente para pagar
veinte veces esa pequeña suma; cuando esté pagada, retornad trayendo ese amigo verdadero.
Mi doncella Nerissa y yo viviremos durante ese tiempo como vírgenes y viudas. ¡Vamos,
salgamos de aquí!, pues es menester que partáis el mismo día de vuestra boda. Haced buena
acogida a vuestros amigos; mostradles alegre semblante. Puesto que os he comprado caro, os
amaré raramente. Pero dejadme que oiga la carta de vuestro amigo.
BASSANIO.- (Leyendo.) «Mi querido Bassanio: mis barcos se han perdido todos; mis acreedores

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