Página 48 de 65
BASSANIO.- Ninguna ofensa engendra primero el odio.
SHYLOCK.- ¡Cómo! ¿Querrías que una serpiente te mordiera dos veces?
ANTONIO.- Pensad, os ruego, que estáis razonando con el judío. Tanto valdría iros a la playa y
ordenar a la marea que no suba a su altura habitual; podéis también preguntar al lobo por qué
obliga a la oveja a balar en reclamo de su cordero; podéis asimismo prohibir a los pinos de las
montañas que balanceen sus altas copas cuando son agitadas por los ventarrones celestes;
podéis igualmente llevar a cabo la empresa más dura de ejecución antes de probar el
ablandamiento (pues ¿hay nada más duro?) de su corazón judío. Por consiguiente, os ruego,
no hagáis nuevos ofrecimientos, no busquéis nuevos medios, sino sin más tardar y sin más
epilogar haced lo que debéis hacer necesariamente: pronunciad mi sentencia y conceded al
judío la pretensión que desea.
BASSANIO.- Por tus tres mil ducados, aquí tienes seis mil.
SHYLOCK.- Aun cuando cada uno de esos seis mil ducados estuviese dividido en seis partes y
cada una de esas partes fuese un ducado, no los recibiría; querría la ejecución de mi pagaré.
DUX.- ¿Cómo podrás esperar clemencia, si no concedes ninguna?
SHYLOCK.- ¿Qué sentencia he de temer, no habiendo hecho mal alguno? Tenéis entre vosotros
numerosos esclavos que habéis comprado y que empleáis, como vuestros asnos, vuestros
perros y vuestros mulos, en tareas abyectas y serviles, porque los habéis comprado. ¿Iré a
deciros: ponedlos en libertad, casadlos con vuestras herederas? ¿Por qué los abrumáis bajo
sus fardos, por qué sus lechos no son tan blandos como los vuestros, sus paladares regalados
con los mismos manjares? Me responderéis: «Los esclavos son nuestros». Yo os respondo a mi
vez: «Esta libra de carne que le reclamo la he comprado cara, es mía, y la tendré. Si me la
negáis, anatema contra vuestra ley. Los decretos de Venecia, desde ahora, no tienen fuerza.
Espero de vos justicia. ¿Me la haréis? Responded».
DUX.- En virtud de mi poder, me hallo autorizado para disolver el tribunal, a no ser que Belario,
mi sabio doctor, que he mandado a buscar para decidir esta causa, no llegue hoy.
SALANIO.- Señor, un mensajero recientemente llegado de Padua con cartas del doctor espera
a la puerta.