Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (Dale Carnegie) Libros Clásicos

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Aquel niño comía espinacas, coles, cualquier cosa, a fin de poder castigar al "matón" que tantas veces lo había humillado.
Después de resolver este problema, el padre encaró otro: el niño tenía la mala costumbre de empapar la cama. Dormía con su abuela. Por la mañana, la abuela se despertaba, tocaba la sábana y decía:
-Mira, Johnny, lo que hiciste anoche.
-No -respondía el niño-; yo no fui. Fuiste tú.
Retos, castigos, intentos de avergonzarlo, reiteración de que la madre no quería que hiciera eso: por ningún medio se conseguía tener seca la cama. Entonces se preguntaron los padres: "¿Cómo podríamos hacer que este niño quiera dejar de mojar la cama?"
¿Qué era lo que quería el niño? Primero, quería usar pijama como su papito, y no un camisón como la abuela. La abuela se estaba hartando de los inconvenientes nocturnos, de manera que de muy buen grado ofreció comprar unos pijamas para el niño, siempre que se corrigiera. Segundo, el pequeño quería una cama para él solo... la abuela no se opuso.
La madre lo llevó consigo a una mueblería de Brooklyn, guiñó un ojo a la vendedora y dijo: -Aquí hay un caballerito que desea hacer unas compras.
La vendedora hizo que el niño se sintiera importante:
-Joven, ¿qué cosas desearía ver?
Se irguió el niño en toda su altura, y contestó: -Quiero comprar una cama para mí solo.
Cuando le mostraron la camita que la madre quería que comprara, la vendedora lo supo por un guiño de la madre, y persuadió al niño de que esa era la cama que debía comprar.
Al día siguiente fue entregada la cama; y por la noche, cuando el padre volvió a su casa, su hijo corrió a la puerta gritando:
- iPapito! iPapito! Ven arriba a ver mi cama, la que yo compré. El padre, ante la camita, obedeció la recomendación de Charles Schwab: fue caluroso en su aprobación y generoso en el elogio. -¿No vas a mojar esta cama, verdad? -preguntó. - ¡Ah, no, no! No voy a mojar esta cama.
El niño cumplió su promesa, porque su orgullo estaba en juego. Era su cama. Él, y sólo él la había comprado. Y ahora usaba pijama como un hombrecito. Quería portarse como un hombre. Y así fue.
Otro padre, K. T. Dutschmann, ingeniero telefónico, no podía conseguir que su hijita, de tres años de edad, comiera lo debido en el desayuno.

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