Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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Como durante largo tiempo hubiese pleiteado con su señor, al que
odiaba tanto más cuanto éste se había mostrado inflexible ante sus
ataques, temía siempre que Colignac estuviese resentido con él, y para
evitar una represalia había querido permutar su beneficio. Pero sea que
hubiese cambiado de opinión o que hubiese preferido vengarse de Colignac
sobre mi persona durante el tiempo que permaneciera yo en estas tierras, y
aunque se esforzaba por persuadirnos de lo contrario, los muchos viajes
que frecuentemente hacia a Tolosa vinieron a infundirnos alguna sospecha.
Allí contaba él mil ridículas historias de mis brujerías, y la voz de este
hombre malintencionado, unida al rumor de los tontos y de los ignorantes,
iba proclamando la execración de mi nombre. Ya no se hablaba de mí sino
como de un nuevo Agripa, y supimos que hasta se había informado mal de mí
a instancias del cura que había sido preceptor de niños. Nos dieron estas
noticias varias personas que se interesaban por el bien de Colignac y del
marqués, y aunque el grosero juicio de todo un país nos provocasen a risa
y a asombro, en secreto no dejaba a mí de espantarme mucho el considerar
cada vez más cercanas las molestas consecuencias que podría acarrearme tal
error: Seguramente mi buen genio me inspiraba este espanto, esclarecía mi
razón con todas sus luces para hacerme ver el precipicio en el cual iba a
caer, y no contento de aconsejarme tácitamente quiso manifestarse más
íntegramente en mi favor. Una noche de las peores que yo haya nunca visto,
y después de haber pasado uno de los días más agradables de los que en
compañía de Colignac estuve, me levanté al despuntar la aurora y para
disipar las inquietudes y las nieblas que ofuscaban mi espíritu entré en
el jardín, donde las flores y los frutos, la verdura y todo el artificio

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