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luego de dos o tres sueños que con mucha zozobra me han hecho pasar la
noche, cuando ha estado cerca la aurora he tenido otro en el cual me
parecía ver que mi querido huésped estaba entre el marqués y yo, que le
teníamos estrechamente abrazado; y en esto un gran monstruo negro, todo
lleno de cabezas, vino de repente a arrebatárnoslo. Pensaba yo que iría a
tirarle en una hoguera que allí cerca habían encendido, porque ya le
balanceaban sobre las llamas; pero en aquel momento una doncella parecida
a la musa Euterpe se tiró ante las rodillas de una dama, a quien conjuró
para que le salvase (esta dama tenía el porte y el aspecto con que los
pintores suelen dibujar la imagen de la Naturaleza). Apenas esta dama tuvo
tiempo de haber escuchado las plegarias de la doncella, cuando llena de
asombro exclamó: «¡Ay, es uno de mis amigos!» En seguida se llevó a la
boca una especie de cerbatana, y tan fuertemente sopló dentro de su tubo,
bajo los pies de mi querido huésped, que le hizo subir hasta el Cielo,
resguardándole de las crueldades del monstruo de cien cabezas. Mucho
tiempo estuve yo gritando tras de él, según me parece recordar, y le
conjuré para que no se marchase sin llevarme en su compañía; pero en esto,
innumerables ángeles pequeños y rollizos, que se decían hijos de la
Aurora, me han elevado hacia el mismo país por el cual mi amigo parecía
volar, y me han hecho ver muchas cosas que no os cuento porque me parecen
muy ridículas». Nosotros le suplicamos que no dejase de decírnoslas.
Entonces él continuó: «Imaginé que estaba en el Sol y que el Sol era un
mundo. Y no hubiese perdido esta ilusión si el ronquido de mi criado al
despertarme no me hubiera hecho ver que estaba en la cama».