Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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Cuando el
marqués vio que Colignac había terminado, me dijo: «¿Y el vuestro, señor
Dyrcona, no lo contáis?» «Al mío -contesté yo-, aunque no es de los más
vulgares, no le concedo ninguna importancia. Estoy bilioso y melancólico;
por esta razón desde que he regresado a este mundo mis sueños
constantemente me han representado cavernas y fuego. En mi niñez, cuando
dormía, me parecía que habiéndome vuelto muy ligero subía hasta las nubes
para huir de una banda de asesinos que me perseguía; pero al término de un
esfuerzo muy vigoroso y muy largo siempre encontraba alguna muralla, luego
de haber saltado por encima de muchas más, al pie de la cual, rendido de
fatiga, llegaban a cogerme; o bien, si en sueños ascendía rectamente hacia
lo alto, aunque con los brazos hubiese volado mucho por el Cielo, siempre
me encontraba próximo de la tierra, y sin nada que pudiese explicármelo y
sin haberme vuelto pesado ni haberme cansado, mis enemigos con sólo tender
la mano podían cogerme por el pie y atraerme hacia ellos. Desde que tengo
uso de razón siempre he tenido sueños parecidos a éstos. Sólo que esta
noche, después de haber volado, como acostumbro, mucho tiempo y haber
escapado varias veces de mis perseguidores, me ha parecido que por fin les
perdía de vista y que por un cielo abierto y muy limpio mi cuerpo, libre
de su pesadez, proseguía su viaje hasta llegar a un palacio en el cual se
fabricaban el calor y la luz. Todavía hubiese visto muchas más cosas; pero
mi afán por volar de tal modo me había aproximado al borde de la cama, que
me caí por fin al suelo, dando con el vientre sobre los ladrillos y
abriendo mucho los ojos. Este es, señores, contado por encima, el sueño
que yo he tenido y que según creo es tan sólo el efecto de esas dos

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