Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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lienzo, y con tan gran arte me metieron en él que sólo se me veía la
cabeza. De esta guisa me llevaron hasta Tolosa como si me llevasen a
presencia del monumento. Ya uno exclamaba que si no me hubieran prendido
habría sido año de hambres, porque en el momento en que me encontraron ya
iba yo seguramente a hechizar los trigos; otro se quejaba de que la peste
había empezado en su rebaño precisamente el domingo, porque al salir de
vísperas yo le había golpeado a él en la espalda. Y a pesar de estos
desastres míos, vino a consolarme, provocándome la risa, un grito lleno de
espanto que una doncella aldeana había dado llamando a su novio; también
gritaba el fantasma que antes había cogido a mi caballo por la brida. El
novio de la muchacha, que era también un villano, había montado a
horcajadas sobre mi caballo, y ya, como si fuese suyo, lo espoleaba con
los talones con muy buena traza: «¡Miserable! -gemía su novia-. ¿Es que
estás ciego? ¿No ves tú que el caballo del mago es más negro que el carbón
y que es un diablo en persona que ha de llevarte al aquelarre?» Nuestro
patán, espantado, vino a dar con su cuerpo en el suelo, por encima de la
grupa. Con lo cual mi caballo se sintió rey del campo. Luego los aldeanos
discutieron si se apoderarían del mulo, y resolvieron que sí; pero al
abrir el paquete, y como topasen con el primer volumen, que era la Física
de Descartes, cuando vieron todos los círculos con los cuales este
filósofo ha distinguido el movimiento de cada planeta, todos unánimemente
proclamaron con un alarido que estos círculos no eran otra cosa sino los
signos mágicos que yo usaba para llamar a Belcebú. Entonces, el que tenía
el libro lo dejó caer lleno de escrúpulos, con tanta desgracia que se

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