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abrió precisamente por una página en la que se explican las virtudes del
imán; y he dicho por desgracia porque en el sitio de que yo hablo hay una
estampa de esta piedra metálica, en la cual estampa los cuerpos que se
desprenden de su masa para atraer al hierro son representados como brazos.
Tan pronto como uno de esos villanos lo vio lo oí decir hasta desgañitarse
que eso no era sino el cangrejo que habían encontrado en la cuadra de su
primo Berlina cuando sus caballos se murieron. Al oír estas palabras, los
más enardecidos se guardaron las manos en su seno.
Monseñor Juan gritaba a más y mejor, por su parte, que todos llevasen
mucho cuidado en tocar nada; que todos esos libros no eran más que enredos
de magia y que el mulo era un verdadero Satán. La canalla, llena de
espanto por estas razones, dejó que el mulo se fuese en buena hora. Yo
todavía vi a Mathurine, la criada del señor cura, que perseguía a éste
llevándole hacia el presbiterio, temiendo que fuese hasta el camposanto a
profanar la hierba de las sepulturas.
Ya eran las siete de la tarde cuando llegamos a una aldea, donde para
refrescarme me metieron en un calabozo. El lector no querrá creerme si yo
le digo que me enterraron en un agujero, y, sin embargo, es verdad: tanto
que, con meterme en él, con un solo salto pude darme cuenta de toda su
extensión. Realmente no habría nadie que viéndome en este sitio no me
creyese una vela encendida sobre una ventosa. En seguida que mi carcelero
me metió en esta caverna, yo le dije: «Si me dais este vestido de piedra
para que me sirva de traje os confieso que me está muy largo; si es una
tumba, resulta demasiado estrecha. Aquí los días no pueden contarse porque