Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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interior; finalmente, creo que para ser Job no me faltaba más que una
mujer y una cazuela rota.
Con la atención que prestaba a mis penas fui pasando la dureza de
estas tres horas, cuando de pronto el ruido de unas gruesas llaves, unido
al que hacían los cerrojos de mi puerta, vino a distraerme de la atención
que prestaba a mis males. En seguida que oí este alboroto vi, a la luz de
una lámpara, a un enorme villano. Me dejó entre las piernas un lebrillo
que llevaba: «Vamos, vamos -me dijo-, no estaréis descontento; he aquí
buen potaje de col, que si fuese... Como veis, es buena sopa de señorones;
y además, como, a fe mía, que decía el otro, no le han quitado ni una gota
de grasa... «En diciendo esto, metió sus cinco dedos hasta el fondo de la
escudilla y me invitó a que hiciese lo mismo. Yo procuré ser buen
discípulo para no desengañar a tan esclarecido maestro. Y él, dándome, con
una mirada, la licenciatura, de tan difícil arte, exclamó: «¡Voto al
chápiro! ¡Sois un acabado maestro y un buen compadre! Dicen que tenéis
muchos envidiosos: ¡diantre!, pues son unos bellacos. ¡Que vengan, que
vengan y verán quién es el bellaco! ¡Bah!, no está mal, no está mal;
siempre hay buenos pícaros, Dios, buenos pícaros chismosos». Esta
ingenuidad me hinchó tres o cuatro veces la garganta con muchas ganas de
reír; pero tuve la fortuna de poder contenerme. Yo veía que la fortuna
parecía ofrecerme una ocasión para libertarme si me aprovechaba de este
bribón; por ello tenía mucho interés en lisonjearle y aplaudirle las
gracias. Pues si no me salvaba él yo no podría escaparme por ningún sitio,
ya que el arquitecto que hizo mi prisión aunque hizo muchas entradas, no
se acordó de hacer ninguna salida. Todos estos pensamientos hicieron que

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