Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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pantano. Yo sospeché que mis asuntos habían tomado otra fase, pues me hizo
profundas cortesías, me habló con la cabeza descubierta y me dijo que
cinco o seis personas de alta condición me esperaban en el patio para
verme. Y hasta la bestia salvaje que me había encerrado en la cueva que os
he descrito se atrevió a abordarme, e hincando una rodilla en tierra y
besándome las manos, con una de sus patas fue quitándome los caracoles que
se habían enredado en mis cabellos y con la otra hizo caer un montón de
sanguijuelas que estaban incrustadas en mi rostro.
Después de esta admirable cortesía me dijo: «Al menos, mi buen señor,
os acordaréis de los cuidados con que os ha asistido este simple
Nicolasón. Pardiez, ¡voto al chápiro! ¡Ni que hubieseis sido el rey!, ¿eh?
No es que quiera quitaros méritos, ¡vaya!, pero ¡pardiez!..., si me lo
agradecieseis...»
Encolerizado por la desvergüenza de este bribón le indiqué con un
gesto que no dejaría de acordarme. Y dando mil rodeos espantosos llegué
por fin a la luz y luego al patio, en el cual, tan pronto como entré, dos
hombres me cogieron; no pude yo conocerlos porque se abrazaron a mí
rápidamente, y uno y otro tenían su cara pegada a la mía. Mucho tiempo
estuve así sin conocerlos; pero como ellos diesen una corta tregua a los
arrebatos de su amistad, pude ver que eran mi querido amigo Colignac y el
generoso marqués. Colignac tenía el brazo en cabestrillo, y Cussan fue el
primero que salió de su éxtasis. «¡Ay! -dijo-, nunca hubiésemos sospechado
tan gran desastre si vuestro corcel y vuestro mulo no hubieran llegado
esta noche a las puertas de mi castillo; su ante pechera, sus cinchas y
sus gruperas estaban completamente rotas, y esto nos hizo sospechar que
alguna desgracia os habría sobrevenido; en seguida hemos montado a

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