Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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había creado, y es posible también que esos animales fuesen los demonios
de quienes tantas aventuras nos cuenta la tradición. ¿Por qué no? ¿No
puede ocurrir que estos animales, después de apagarse la Tierra, hayan
permanecido en ella algún tiempo todavía y que la alteración de su morada
no llegase a extinguir por entero toda su raza? Debió de ser así, y su
vida, según acredita Plutarco, alcanzó hasta la de Augusto. Hasta parece
que el testamento profético y sagrado de nuestros patriarcas haya querido
conducirnos de la mano a la prueba de esta verdad, pues en él se ve que
antes nos habla de la rebelión de los ángeles que de la del hombre. Esta
sucesión de tiempo que la Escritura observa, ¿no es como una media prueba
de que los ángeles han habitado la Tierra antes que nosotros? ¿No lo es
también de que estos orgullosos, que habían vivido en nuestro mundo en los
tiempos en que éste era un Sol, desdeñaban acaso seguir en él viviendo
porque se hubiese apagado, y sabidores de que Dios había puesto su trono
en el Sol, tuvieron el atrevimiento de intentar ocuparle? Pero Dios, que
quiso castigar su audacia, los expulsó también de la Tierra, y para
substituir a los ángeles creó al hombre, menos perfecto y, por ende, menos
soberbio. Después de cuatro meses de viaje aproximadamente, o al menos
tanto me pareció a mí, que no tenía noche ni día para orientarme en el
tiempo, abordé una de esas pequeñas tierras que dan vueltas en torno del
Sol (que los matemáticos llaman máculas), donde a causa de las nubes entre
el Sol y mi máquina interpuestas, y como mis vidrios no reuniesen ya tanto
calor, y el aire, por ende, no empujase mi cabaña con tanto vigor, el
viento que quedaba no fue capaz de detener mi caída y descendí sobre la

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