Página 51 de 156
sonidos de una lengua que no oísteis jamás. Cuando yo hablo, vuestra alma
encuentra en cada una de mis palabras esa verdad que ella busca a tientas;
y aunque su razón no pueda entenderla, dentro de ella hay cierta
naturaleza que no dejará de hacerlo».
«¡Ah! -exclamé yo entonces-, sin duda, merced a ese enérgico idioma
nuestro primer padre, en tiempos remotos, podía conversar con los animales
y hacer que éstos le entendiesen. Porque como le había sido dado el
dominio sobre todas las especies, éstas le obedecían porque él las mandaba
en una lengua que no desconocían. Y como ahora esta lengua ha
desaparecido, ya las bestias no se llegan a nosotros como antes, cuando
las llamamos, y no por otra cosa sino porque no entienden esa llamada».
No dio muestras el hombrecillo de quererme contestar, sino que
reanudando el hilo de su discurso ya iba a continuar, y lo hubiese hecho
si de nuevo yo no viniese a interrumpirle. Y lo hice preguntándole cuál
era el mundo en que ahora estábamos, y si estaba muy poblado, y qué
gobierno estaba encargado de mantener la policía de sus costumbres. Él
entonces me dijo: «Voy a explicaros algunos secretos que no son conocidos
en vuestro mundo:
»Contemplad bien la tierra en que ahora estamos. No hace mucho era
una masa desordenada y revuelta, un caos de materia confusa, un polvo
negro y pegajoso que se había separado del Sol. Pero luego (cuando por el
vigor de los rayos que todavía en él se concentraban mezcló, comprimió y
condensó estos abundantísimos átomos, haciéndolos compactos); luego, digo,
que merced a una larga y poderosa cocción separó de sí los cuerpos más
contrarios y congregó los más semejantes; esta masa, arrebatada por el
calor, sudó de tal modo que todo el sudor se convirtió en un diluvio que
casi la ha tenido inundada durante más de cuarenta días, porque todos