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Este filósofo, que leyó mi anhelo en mi
rostro, se lo contó a su amigo y le rogó que le consintiese satisfacer mi
ansia. Descartes contestó con una sonrisa, y mi sabio preceptor discurrió
de esta manera: «De todos los cuerpos se exhalan unas especies o imágenes
corpóreas que se agitan en el aire. Ahora bien; estas imágenes, a pesar de
esa agitación, conservan siempre la figura, el color y las demás
proporciones del objeto del cual hablan; pero como son muy sutiles y muy
ligeras, pasan a través de nuestros órganos sin que en ellos produzcan
ninguna sensación; llegan así hasta el alma, cuya delicada substancia
permite que en ella se impriman, y de este modo le permiten ver cosas muy
lejanas que los sentidos no podrían percibir; lo cual sucede aquí
ordinariamente porque el espíritu no está unido a un cuerpo formado de
materia grosera, como lo está en tu mundo. Nosotros te explicaremos cómo
sucede esto cuando hayamos tenido ocasión de satisfacer con saciedad el
ardiente deseo de hablarnos que mutuamente nos embarga; porque,
ciertamente, tú eres muy merecedor de que contigo se tenga hasta la última
atención».
FIN