Página 3 de 18
-Ahora, sácame de la oreja derecha el pedazo de plumón más largo y ponlo en la tuya; así oirás lo que dicen los pájaros. Buenas noches; estoy agotado y quiero descansar -bostezó la lechuza.
-¡Gracias! -exclamó Betty antes de correr en pos de Daisy, que seguía comiendo durante el trayecto de regreso.
Con el plumón en la oreja, Betty no tardó en oír muchas dulces voces que se llamaban
-"¡Buenas noches! ¡Felices sueños! ¡Un hermoso despertar! ¡Silencio, pequeños míos! Duerme, pichoncito duerme hasta mañana..."
Y toda clase de linduras, a medida que las aves del bosque se acostaban con el sol. Cuando llegó a la cabaña, encontró a papá cigüeña parado sobre una pata, mientras la mamá cobijaba a los pequeños bajo una ala, regañándolos de vez en cuando al ver asomar un pico rojo o una larga pata. Las palomas se arrullaban con ternura en el pino cercano; las golondrinas pasaban rozando el suelo para poder atrapar unos cuantos insectos más y llevárselos a sus pichones para la cena, mientras los reyezuelos parloteaban entre las rosas como pequeños chismosos que eran.
-"¡Ahora sabré qué dicen todos!" -exclamó Betty, tratando de oír las diferentes voces, pues como eran tantas al mismo tiempo, le resultaba difícil comprender ese dulce lenguaje nuevo.
Después ordeñó a Daisy, puso la mesa y preparó todo para su padre, que solía llegar tarde; luego, llevándose su tazón de pan con leche, se sentó en el umbral y escuchó con todas sus fuerzas. Siempre esparcía migas para los reyezuelos, que bajaban volando a comer sin temor. Esa noche acudieron, y mientras picoteaban, hablaron, y Betty entendió cada una de sus palabras.
-Aquí hay un lindo pedazo blando, mi amor -anunció el papá mientras brincaba por todas partes, observando a la niña con ojos brillantes-. Come bien, mientras yo alimento a nuestros hijos... La pequeña nunca nos olvida y me ahorra muchos largos viajes al echarnos tan lindas migas. Ojalá pudiéramos hacer algo por ella.
-Lo mismo digo yo, y me fatigo el cerebro tratando de idear algo que le cause placer. A veces me pregunto por qué motivo la pequeña princesa del palacio tiene tanto, y nuestra que rida Betty tan poco. Unos pocos de los libros y juguetes que allá andan tirados, harían muy feliz a esta niña; es una lástima que a nadie se le ocurra -suspiró la bondadosa mamá Reyezuelo, al mismo tiempo que engullía un buen pedazo cerca del pie desnudo de Betty.