El buen Duende y la Princesa (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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¡Qué bonito es! ¡Gracias, Duende! -exclamó la princesa, riendo de placer con las dos manos llenas de flores.
-Las recogí todas para ti. Tengo muchas, y me enteré de que lloraste pidiendo algunas ­declaró Betty, muy satisfecha de no haber huido, estropeando así el paseo de la pequeña dama.
-¿Cómo te enteraste? -inquirió la Princesa, mirándola con extrañeza.
-Me lo contaron los pájaros -explicó Betty.
-¡Oh, sí! Los Duendes son hadas y entienden el lenguaje de las aves; me olvidaba de eso. Sé lo que dicen los-loros, pero no mis otros pájaros... ¿Podrías decírmelo? -preguntó la Princesa, muy interesada, pues todo lo nuevo la complacía.
-Creo que sí, si es que los pájaros domésticos cantan como los silvestres -repuso Betty, orgullosa de saber más que aquella elegante niña. -Ven al palacio y cuéntamelo; vamos ahora mismo, que no pueda esperar. Mis canarios cantan todo el día sin que pueda entenderles ni una palabra, y debo hacerlo. Dile que venga, nodriza -ordenó la Princesa, que siempre se salía con la suya.
-¿Puedes venir? -inquirió la anciana- .Por la noche te traeremos de vuelta. Su Alteza desea verte, y te pagará si vienes.
-No puedo abandonar a Daisy; no tenemos pradera donde ponerla y si la encierro todo el día en el cobertizo, tendrá hambre y me llamará -explicó Betty, quien aunque ansiosa por ir, no quería dejar que su querida vaca sufriera.
-Te doy permiso para que la dejes en ese campo hasta tu regreso. Como toda esta tierra es mía, nadie te lo reprochará. ¡Hazlo! -ordenó la Princesa, con una señal al lacayo, que bajó de un brinco y condujo a Daisy al gran prado de tréboles antes que Betty alcanzara a pronunciar palabra.
-A ella le gustará eso, y ahora podré ir si no les molesta mi viejo vestido y mi sombrero..., no tengo otras ropas -manifestó mientras la vaca comenzaba a comer y el lacayo le abría la portezuela del carruaje.
-Me gustan. Sube... Y ahora, vamos en seguida a casa -ordenó la Princesa, y allá fue la pobre Betty, en aquel majestuoso carruaje, sintiéndose como si todo fuera un cuento de hadas.
La Princesa le hizo muchísimas preguntas y su nueva amiga le agradó más y más, pues era la primera vez que hablaba con una niña pobre o que se enteraba cómo vivían esas per­sonas.

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