El buen Duende y la Princesa (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Le resultó difícil apartarse de la cuna para ver los demás tesoros, pero fue de un lado a otro con Bonnibelle, admirando todo lo que veía, hasta que entró la nodriza para avisarles que el almuerzo estaba listo y que Su Alteza no debía jugar más.
Betty apenas supo cómo comportarse cuando se halló sentada ante una magnífica mesa, con un lacayo detrás de su silla y toda clase de curiosos objetos de cristal, porcelana y plata por delante. Pero, fijándose en lo que hacía Bonnibelle, se arregló bastante bien, y comió con apetito duraznos, crema, torta, panecillos y bombones. En cambió no quiso probar las aves
servidas en una fuente de plata, aunque olían muy bien, sino que dijo con tristeza:
-No, señor, gracias; no puedo comer a mis amigos.
El lacayo contuvo la risa, pero la Princesa también apartó el plato, diciendo ceñuda
-Ni yo tampoco... Tráeme un poco de jalea de damasco y un pedazo de torta. Ahora que conozco algo más acerca de las aves y lo que piensan de mí, me cuidaré bien de cómo las trato... No traigan más a mi mesa.
Después del almuerzo, las niñas fueron a la biblioteca, en cuyos estantes se hallaban aco­modados los mejores libros ilustrados, y había sillitas donde podía pasarse el día entero le­yendo. Betty brincó de alegría cuando su nueva amiga recogió un montón de los mejores y más vistosos para que se los llevara consigo, antes de pasar a la sala de música, donde una banda ejecutaba maravillosamente, y la Princesa bailó con su maestro de una manera majestuosa que Betty consideró muy tonta.
-Ahora debes bailar tú... He oído contar que lo haces muy bien, pues algunas damas y caballeros te vieron bailar con las margaritas y dijeron que era el más hermoso ballet que vieron en su vida. ¡Debes hacerlo ! No; hazlo por favor, querida Betty -se corrigió Bonnibelle, que aunque ordenó al principio, recordó luego lo dicho por el loro.
-No puedo hacerlo aquí, ante estas personas... No conozco ningún paso y necesito flores ­objetó Betty.
-Entonces ven a la terraza; en el jardín hay flores de sobra, y ya me cansé de esto - repuso Bonnibelle, mientras pasaba por una de las puertas vidrieras al amplió sendero de mármol donde Betty ansiaba ir.
En los escalones se encontraban sentados varios pavos reales, que al punto desplegaron sus espléndidas colas y se pusieron a pavonearse, lanzando ásperos gritos al coronar sus ca­bezas con sus brillantes plumas.

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