Una guirnalda de flores (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Es asombroso lo poco que cuestan las cosas de los pobres, y, sin embargo, no pueden proporcionarse esa pequeña cantidad de dinero que necesitan, sin matarse a trabajar. Os aseguro que todo lo que compré no me costó más que lo gasto en flores, en entradas de teatro o comidas, y sin embargo, las pobres niñas se quedaron tan satisfechas que a mí me entraban ganas de llorar al pensar que no lo había hecho hasta entonces."
Ida hizo una pausa para menear la cabeza, en señal de remordimiento, y luego prosiguió con su historia, mientras cosía afanosamente un camisón de algodón basto, tan chico que parecía casi para una muñeca.
-No puedo contaros ninguna historia romántica, porque la pobre señora Kennedy era una mujer acabada y sin ánimos, que no podía hacer más que trabajos sin importancia, y siempre necesitaba que alguien le ayudara a seguir adelante. Había vivido en el campo, se había casado muy joven y no sabía hacer nada; así que cuando su esposo murió y ella se quedó sola con sus tres hijas, le costó trabajo abrirse camino, pues no tenía ningún oficio, su salud era mala y carecía de valor. La pobre hace lo que puede, ama a sus hijas y trabaja en lo único que ha podido encontrar; pero cuando caiga enferma tendrán que separarse; ella irá al hospital, y las niñas a algún asilo. A. ella le espanta esa idea y se esfuerza por seguir adelante, juntas todas. Gracias a la señora Grover, que es muy sensible y sabe ayudar a los pobres, les hemos preparado un hogar cómodo y han podido pasar bien el invierno.
"La madre ha encontrado un trabajo más cerca de su casa, Lotty y Caddy van a la escuela, y Tot está segura y confortable, porqué la señorita Parsons cuida de ella. Ésta es una joven que se moría de frío y hambre en una de las habitaciones de arriba, porque es demasiado orgullosa para pedir limosna y demasiado tímida y enferma para trabajar mucho. Un día, la encontré calentándose las manos en la cocina de la señora Kennedy, e inclinada sobre el perol donde se hacía la sopa, como si se estuviera comiendo el olor. Eso me recordó una caricatura del "Punch",` donde se ve a dos niños mendigos mirando una cocina y olfateando la suculenta comida que están preparando en ella. Uno de ellos dice: "A mí no me interesa la carne, Bill, pero no quiero dejar de oler el puding, mientras lo cocinan".

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