Una guirnalda de flores (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Pero allí me dijeron que nunca vivió en tal sitio y entonces comprendí que mi santo de cabellos blancos era un mentiroso. Harry se rió de mí, mamá me prohibió que llevara más ladrones a la casa y mis hermanas me riñeron con severidad.
"Pero me recobré de la impresión y, sin amedrentarme, fui en busca de la vieja irlandesa que vende manzanas en el parque; no la anciana gruesa y lúcida que tiene un puesto cerca de West Street; sino una toda arrugadita que se sienta junto al camino, con la cabeza inclinada sobre una vieja cesta con seis manzanas y cuatro caramelos largos. Nunca veo que alguien le compre, pero ella sigue sentada en su puesto, esperando que un alma caritativa le dé de cuando en cuando algunos centavos; la pobrecilla tiene un aspecto desolado de miseria y abandono.
"Me contó otra historia triste, diciéndome que estaba sola y no podía trabajar y "tan débil como una taza de caldo, sin una onza de carne que me cubra los huesos, y por amor de Dios déme algo para que pueda seguir viviendo en este invierno tan duro,.porque estoy sola en el mundo y no tengo quien me ayude". No tenía mucha fe en lo que me decía, porque recordaba al otro mentiroso, pero me daba lástima, la pobre vieja; así que le llevé un poco de té y azúcar, y un chal, y solía darle algunos peniques cuando pasaba por allí. Nunca dije nada en casa, pues se reían de mis esfuerzos caritativos. Al cabo de algún tiempo pensé que progresaba bastante, porque mi vieja mendiga parecía muy animada, y estaba pensando comprarle un poco de carbón, cuando desapareció por completo. Temí que estuviera enferma y le pregunté por ella a la señora Maloney, la irlandesa gruesa.
"-¡Dios santo, mi querida señorita! Hace tres meses que la enviaron a ,´Irlanda; porque nunca vi una criatura tan borracha como Biddy Ryan, que se gastaba hasta el último centavo en whisky,, lo que era una vergüenza, porque tenía un buen hijo, dispuesto a mantenerla decentemente.
"Entonces si que me sentí desanimada, y me fui a casa y me crucé de brazos, esperando lo que me enviara el destino, ya que :mis esfuerzos habían sido tales fracasos." -¡Pobrecita, qué mala suerte tuviste! -dijo Elizabeth, cuando hubieron terminado las carcajadas provocadas pon las des dichas de Marión y su divertida imitación del acento irlandés.

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